lunes, 29 de septiembre de 2014

La muerte de "Memo" Rivas Molina (2a. parte)




Reproduzco aquí la segunda parte del reportaje publicado en inglés en InSightCrime sobre el asesinato de Carlos René Guillermo Rivas Molina, hijo del coronel retirado Carlos Rivas Najarro. La familia de la víctima acusa al ejército de sicariato y de encubrir a los autores intelectuales del asesinato. Tras la publicación de este artículo y de otra versión del mismo en La Prensa Gráfica, el Ministro de Defensa de El Salvador, el general David Munguía Payés, ha dicho que "no hay sicariato" en la Fuerza Armada, pero no ha respondido en profundidad a todas las dudas que el coronel Rivas Najarro ha planteado al Presidente de la República, Salvador Sánchez Cerén, en dos cartas.


Carlos René Guillermo Rivas Molina (al centro), asesinado el 23 de abril de 2014.
 


III.                        Sicarios y encubridores

-         ¿Qué es, Coronel, lo que le lleva a decir con tanto convencimiento, a denunciarlo ante el Presidente de la República, que a su hijo lo mandaron a matar y que el Ejército tiene algo que ver en todo esto? Hago la pregunta por primera vez, tras escuchar y leer sobre todas las dudas que el coronel Rivas ha plasmado en sus cartas al presidente Sánchez Cerén, su conocido de infancia.


Han pasado unas tres horas desde que empezó la charla en la sala de la familia Rivas Molina en Los Planes de Renderos. El coronel Carlos Rivas Najarro ha recorrido, uno a uno, los argumentos que plasmó en las dos cartas que ha enviado al presidente Salvador Sánchez Cerén. La impotencia, dice. El convencimiento de que nadie haría nada por investigar quién mató a su hijo, dice. Y la muerte del teniente Gómez González a escasos 17 días del asesinato de Carlos René, dice. Todo eso lo empujó a escribirle al presidente.
Sobre todo, la muerte del teniente.

Carlos Alfredo, el hijo mayor, se negaba a aceptar las sospechas de su padre, que la muerte de su hermano había sido producto de un plan cuidadosamente elaborado; así lo creyó el coronel desde el momento en que dejó la escena del crimen de la colonia Casa Verde Uno de Santa Tecla el 23 de abril. “A pesar de todo, me negaba a creer que hubiese gente tan mala”, dice el mayor de los Rivas Molina. Pero luego, cuando su papá le habló para contarle que el teniente Gómez González había muerto, su opinión también cambió: lo mataron, a Memo -como hermanos y conocidos decían a Carlos René- lo mandaron a matar, piensa desde entonces.
En su primera carta al presidente Sánchez Cerén, de 14 páginas, enviada el 13 de junio de 2014 y recibida en Casa presidencial ese día a las 3:50 p.m por el agente Calderón R., el coronel Rivas Najarro pide audiencia para exponerle su certeza de que el asesinato de su hijo fue planificado y de que los autores habían elaborado una compleja trama de encubrimiento.

“Pido su apoyo como presidente de la república y comandante general de la Fuerza Armada. Conozco por mis treinta años de experiencia en el servicio militar... que (los autores) se valen de triquiñuelas para encubrir y protegerse y no ser descubiertos”, escribe el militar retirado.
También revela, en el último punto de esa primera misiva, que otro de sus hijos recibió el 11 de junio, en la casa familiar de Los Planes, una llamada para entregar un mensaje al coronel. Al día siguiente, el 12 de junio a las 9:30 a.m., Rivas Najarro devolvió la llamada al número que había quedado guardado en el teléfono de la casa. “El aviso que tenían para mí eran órdenes de asesinarme”.

Cuando escribió esa carta, que entregó luego de la última amenaza, ya había pasado un mes de la muerte del teniente Gómez González, el misterioso agente de inteligencia militar que, según el coronel Rivas Najarro, llegó enviado desde un batallón que dirige el coronel Simón Alberto Molina Montoya -mano derecha del ministro de Defensa- para cerciorarse de que el sicario había asesinado a su hijo Carlos René. 

A esas alturas, además, el coronel Rivas estaba claro de que ninguna autoridad salvadoreña estaba poniendo demasiado empeño en aclarar todas las irregularidades que rodeaban la muerte de su hijo menor: del ejército había salido una orden de clasificar como secretas las investigaciones sobre la muerte del teniente Gómez González; la policía había cambiado cuatro veces al investigador del caso; y aunque la fiscalía había subido el expediente de su unidad de vida en Santa Tecla a la unidad de crimen organizado en la sede central, las pesquisas tampoco habían avanzado.

Menos de un mes después, en su segunda carta de 14 folios, el coronel Rivas Najarro resume todas las anomalías que anotó en la escena del crimen y en las investigaciones posteriores. Además de los hechos poco claros que rodearon la muerte del teniente Gómez González y de recordar que los agentes del ejército y la policía presentes en la escena esparcieron sin mayores elementos de investigación la tesis del asesinato por venganza, Rivas se extiende:

-        En el numeral 2, página 3 de su carta, explica que el acta policial nunca identificó a los custodios privados de la colonia Casa Verde Uno, que eran quienes en realidad podía determinar a qué horas llegó el teniente al lugar y a qué horas entró a la casa a certificar la identidad del sicario.

-        En el literal e de ese numeral 2 dice que los policías que revisaron el carro de su hijo le devolvieron el celular que Carlos René había dejado ahí pero habían borrado toda la memoria de llamadas.

-        En el numeral 7, que dos días después de los homicidios llamaron a la madre del sicario que mató a Carlos René para avisarle que fuera a recoger a su hijo, esto a pesar de que el asesino no portaba documentos de identificación en la escena del crimen -según consta en el acta de inspección ocular- y de que ningún otro familiar lo había reconocido en la morgue.

-        En el punto 8, Rivas explica que según sus propias investigaciones, el arma que usó el sicario para matar a su hijo, una pistola CZ calibre 40” nueva serie A855925 con número de registro 205431, está registrada a nombre de una persona que no existe y había sido reportada como robada el 19 de marzo de 2014

General Munguía (izquierda) y Coronel Molina Montoya.
Rivas no duda, al final de la segunda carta, en acusar al coronel Molina Montoya de haber convertido el llamado batallón de inteligencia de la Fuerza Armada en una organización paramilitar que “ha sido organizada al estilo de ORDEN (uno de los escuadrones de la muerte más temidos en El Salvador en los años 70)” y en un grupo que “ha hablado de ajusticiamientos a elementos contrarios a sus objetivos políticos y económicos”.
No es la primera vez que el coronel Molina Montoya es acusado de dirigir una operación de sicarios desde el ejército. Ni de encubrir o falsear investigaciones.

En febrero de 2012, tras ser nombrado ministro de Seguridad Pública por el entonces presidente Mauricio Funes, el general David Munguía Payés nombró subdirector del Organismo de Inteligencia del Estado (OIE) a Molina Montoya, quien pronto se convirtió en el director interino. Desde ahí, el coronel hizo un pase de polígrafo entre todo el personal del OIE para tratar de determinar si desde ahí alguien había filtrado información a periodistas del periódico electrónico El Faro sobre el Cartel de Texis, una de las principales bandas de narcotraficantes de El Salvador.

Poco antes de eso, un alto oficial de la PNC confirmó que desde inicios de 2012 Molina Montoya era el encargado de adelantar pláticas con líderes de las pandillas MS13 y Barrio 18 para confeccionar la tregua que luego se convertiría en la principal apuesta de seguridad de su jefe, el general Munguía.

Y en 2010, según un informe elaborado en 2010 por el Centro de Inteligencia Policial y avalado por investigadores en la PNC y en el ejército, Molina Montoya dio la orden de asesinar a un agente encubierto -ex militar- que había infiltrado a Los Perrones, la otra banda de narcotraficantes de El Salvador. 

(En su momento, al realizar la investigación para mi libro “Infiltrados”, sobre la corrupción en la Policía y Estado salvadoreños , solicité entrevistar al coronel Molina Montoya sobre estas acusaciones, pero nunca me respondieron. Para este reportaje envié una nueva solicitud al ejército para entrevistar al coronel y al general Munguía Payés; tampoco hubo respuesta).

IV. Viejos encuentros con la muerte
-        “Ahí es donde vienen a tirar a la gente que matan”, le dijo el hombre que le abrió la puerta en la colonia perdida de Cuscatancingo, en las afueras de San Salvador. Faltaban dos días para la Nochebuena de 1998.

Minutos antes, el coronel Rivas Najarro había alcanzado a rodar por el borde de la calle donde lo tiraron los hombres que lo habían secuestrado a la salida de su oficina en la colonia Universitaria.

Cuando alcanzó a reponerse, el coronel vio como el carro de los secuestradores daba la vuelta y regresaba a buena velocidad hasta la cuneta en que lo habían dejado. Vinieron, en segundos, los disparos. Pero Rivas logró esconderse en el barranco. Dejó pasar suficiente tiempo hasta que, calculó, el carro había desaparecido. Entonces decidió buscar refugio en una casa del vecindario aledaño. El vecino que le abrió, acostumbrado a oír de cadáveres que asesinos sin rostro tiraban en los despeñaderos cercanos, supo que el hombre que tenía enfrente acababa de esquivar a la muerte por muy poco.

No era el primer atentado ese año. El 23  septiembre de 1998, otro escuadrón de la muerte -¿o el mismo?- había intentado matarlo a la salida de su oficina. Cuando salía de su oficina en su vehículo placas P-374-728, otro carro, un Honda rojo, lo interceptó; dos hombres vestidos de negro se bajaron a rociarlo de balas. Esa vez, el coronel también logró salvarse: al ver como los sicarios se aproximaban a él dio marcha atrás y se alejó lo suficiente para que las ráfagas no lo alcanzaran.

Los dos atentados de 1998 fueron motivados, según Rivas Najarro cuenta le dijeron quienes lo secuestraron el 22 de diciembre, porque él estaba “dando parte”, contando en el caló militar, sobre violaciones a los derechos humanos en el ejército.

Al igual que lo hizo 16 años después, cuando mataron a su hijo menor, en septiembre de 1998 Rivas Najarro le escribió una carta a un comandante general de la Fuerza Armada. El 24 de ese mes, un día después del primer atentado, el coronel retirado refirió al presidente Armando Calderón Sol todos los detalles sobre el hecho, así como las investigaciones irregulares, encaminadas a encubrir, no a descubrir autores o motivos. Y así como en 2014 identifica con nombre y apellidos a posibles autores intelectuales y encubridores, en 1998 Rivas acusó a “agentes de la Policía Nacional Civil” como autores del intento de matarlo.

En las tres cartas, las dos a Sánchez Cerén y la que escribió a Calderón Sol, Rivas Najarro identifica su papel en la investigación de la masacre de los Jesuitas como un posible móvil de quienes intentaron matarlo a él o de quienes tuvieron éxito matando a su hijo el 23 de abril de 2014. Aunque en el caso más reciente, el coronel retirado también menciona que en algún momento, dentro del ejército, hubo oficiales que manejaron su nombre como posible ministro de Defensa para reemplazar a Munguía Payés.

Es en su carta del 10 de julio de 2014 a Sánchez Cerén en la que mejor resume el espíritu de denuncia interna que, deduce, le costó a él ver de frente a la muerte en dos ocasiones y perder ante ella la batalla por la vida de su hijo: “...porque en realidad la historia de la Fuerza Armada ha sido distorsionada por sus detractores políticos, tanto de pensamiento conservador como liberal, poniendo en práctica la táctica de la desinformación, pero también elementos de la propia institución involucrados en hechos no profesionales...”

El 16 de noviembre de 1989 por la mañana fue su esposa, Ana, la que le habló hasta el cuartel de La Unión en el que estaba destacado para avisarle que en la televisión estaban pasando imágenes de los jesuitas asesinados. Ese mismo día, el coronel Rivas Najarro empezó a abogar por una investigación seria dentro del ejército. Y luego ayudó a quienes desentrañaron la verdad, que el Batallón Atlacatl los había matado. 

El 23 de septiembre de 1998 intentaron matarlo. Él acusó al estado salvadoreño. El 22 de diciembre de 1998 intentaron matarlo. Él acusó al estado salvadoreño. El 23 de abril de 2014 mataron a su hijo. Él acusa al estado salvadoreño. Y escribe:

“Si a esta fecha continuamos con la impunidad estamos condenados para que se nos señale como un país o un estado fallido en materia de seguridad”.






viernes, 26 de septiembre de 2014

Preguntas sin respuesta en la Fuerza Armada (Caso Rivas)

Reproduzco aquí el correo que envié a la Fuerza Armada de El Salvador para solicitar entrevistas con el Coronel Simón Molina Montoya y el General David Munguía Payés sobre el asesinato de Carlos René Guillermo Rivas Molina, hijo del coronel retirado Carlos Rivas Najarro. Nunca me respondieron.

El jueves, periodistas abordaron al General Munguía sobre el tema, tras sendas publicaciones en InSighCrime.org  y en La Prensa Gráfica; el militar no respondió a la mayoría de las preguntas detalladas abajo.



 

Coronel Guillermo Enrique Galicia Menjívar
Director de Comunicaciones y Protocolo
Fuerza Armada de El Salvador
Presente.


Estimado Coronel Galicia Menjívar.

Reciba un cordial saludo. El motivo de la presente es solicitarle su gestión para conversar con el Coronel Simón Alberto Molina Montoya y con el General David Munguía Payés sobre incidencias relacionadas con la muerte del Teniente Oscar William Gómez, ocurrida el 10 de mayo pasado, quien estuvo presente en la escena en que murieron el señor Carlos René Guillermo Rivas Molina y su asesino, identificado como Félix Vladimir Girón Morales.

Estoy, en la actualidad, preparando un reportaje informativo sobre las tres muertes y los hechos que las rodearon, basado en entrevistas con testigos en la escena del crimen contra el señor Rivas Molina, quien como usted de seguro sabe es hijo del Coronel retirado Carlos Alfredo Rivas Najarro, así como en actas y documentos oficiales de la Policía Nacional Civil, de la Fiscalía General de la República, del Instituto de Medicina Legal y de la Presidencia de la República. Dicho reportaje aparecerá publicado en medios salvadoreños y estadounidenses en el futuro cercano.

Atendiendo a la obligación metodológica y ética de entrevistar y dar espacio para respuestas y comentarios a las personas que serán mencionadas en el reportaje es que recurro a usted para entrevistar al Coronel Molina Montoya, quien en documentación oficial producida por la familia de la víctima y trasladada a varios organismos nacionales de investigación del crimen es cuestionado por su posible relación con el Teniente Gómez González.

Traslado a continuación una lista de preguntas que considero pertinentes para este caso.

1. ¿Quién era el jefe inmediato del Teniente Gómez González?
2. ¿A qué unidad pertenecía el Teniente Gómez González?
3. ¿Cuál era la relación del Teniente Gómez González con el Coronel Molina Montoya?
4. ¿Cuál era la misión del Teniente Gómez González en la escena del crimen contra el señor Carlos René Guillermo Rivas Molina?
5. ¿A quién y a qué horas informó el Teniente Gómez González de su llegada a la escena del crimen?
6. ¿Quién dio aviso a la Fuerza Armada de la muerte del hijo del Coronel Rivas Najarro?
7. El padre de la víctima ha asegurado ante las autoridades pertinentes que el Teniente Gómez González le ofreció ayuda para investigar la muerte de su hijo. ¿Quién le dio la orden de ofrecer ayuda al Coronel Rivas Najarro?
8. ¿Abrió el ejército una investigación por la muerte del señor  Rivas Molina? Si no fue así ¿qué hacía el Teniente Gómez González en la escena del crimen?
9. Desde el 24 de abril, día posterior al asesinato del señor Rivas Molina, hasta la semana del 5 de mayo, el Teniente Gómez González mantuvo comunicación con el Coronel Rivas Najarro, a quien dijo siempre que no había avances en las investigaciones de su hijo. ¿A quién reportó sobre esta investigación el Teniente al interior del Ejército?
10. ¿Por qué la Fuerza Armada no publicó la esquela que manda el protocolo inmediatamente después de la muerte del Teniente Gómez González?

Asimismo, solicito su gestión para trasladar algunas preguntas al General David Munguía Payés, Ministro de la Defensa, siempre en relación a estos casos.

1. Durante la vela del señor Carlos René Guillermo Rivas Molina usted trasladó al padre de la víctima, el Coronel retirado Carlos Alfredo Rivas Najarro, su convencimiento de que el móvil del asesinato del primero eran venganzas laborales. El Coronel, en ese momento, discrepó con usted. ¿En qué basó, general, su aseveración de que eran motivos laborales?
2. ¿Le informaron a usted sobre la presencia del Teniente Gómez González en la escena del crimen?


Agradeciendo de antemano su atención,

¿Quién ordenó matar al hijo del coronel Carlos Rivas?



Reproduzco aquí la versión en español de un artículo publicado en inglés por el portal Insightcrime.


“El asesinato de mi hijo obedeció a una planificación por lo menos con treinta días de anticipación…”, escribe Rivas Najarro. Y luego habla de “elementos militares involucrados en la planificación en coordinación con sicarios de la MS que manejan la estructura del ministro y su asesor coronel Simón Alberto Molina Montoya”.
Coronel Carlos Alfredo Rivas Narrajo.





Foto de archivo del cadete Carlos René Guillermo Rivas Molina (segundo de la columna), hijo del coronel Carlos Rivas Najarro. El joven fue asesinado el 23 de abril de 2014 por un sicario. Su padre atribuye el crimen a una banda de sicarios dirigida desde el ejército. Foto cortesía de la familia Rivas Molina.
 
Coronel retirado Carlos Alfredo Rivas Najarro.



I.                   “A mi hijo me lo mataron, general”



El coronel Carlos Alfredo Rivas Najarro es un veterano de la guerra, y de la paz. A principios de los 80 le llevó al ministro de Defensa de entonces, el general Eugenio Vides Casanova, la sugerencia estadounidense de separar los cuerpos de seguridad del ejército; no le hicieron caso. A su casa llegó Roberto d’Aubuisson en 1986 a entregarle al teniente López Sibrián, un militar acusado de dirigir escuadrones de la muerte y una banda de secuestradores. En 1988, Rivas dirigió el Centro de Entrenamiento Militar en La Unión (asesorado por Estados Unidos). Desde 1991, año en que se retiró después de 30 años de servicio activo, ha sido una de las voces del ejército que con más fuerza ha condenado –casi siempre en privado- la masacre de seis sacerdotes jesuitas y dos de sus empleadas a manos de sus compañeros de armas. Ha sufrido dos atentados contra su vida, que ha denunciado ante dos presidentes de la república y tres fiscales generales; nadie hasta ahora le ha prestado atención. El miércoles 23 de abril de 2014 un sicario mató de 7 balazos a su hijo menor, Carlos René Guillermo. Rivas está convencido de que en la planificación, financiamiento, ejecución y encubrimiento del homicidio está, también, metido el ejército. En una carta que le envió el 10 de julio de 2014, el coronel pide al presidente Salvador Sánchez Cerén que investigue las responsabilidades del alto mando en la muerte de su hijo, sobre todo el rol del coronel Simón Alberto Molina Montoya, jefe de la brigada de inteligencia creada por el actual ministro de Defensa, el general David Munguía Payés. Molina Montoya ha sido relacionado por investigaciones policiales con el Cartel de Texis y con grupos pandilleros.








 El coronel bajada de su casa en Los Planes de Renderos cuando recibió la llamada. En el carro iban su esposa, Ana Molina de Rivas, y su hijo mayor, Carlos Alfredo. Al teléfono, el general David Munguía Payés, ministro de la Defensa.

El coronel y su familia se dirigían a la funeraria de la Fuerza Armada a velar a Carlos René Guillermo, el menor de los cuatro hijos, a quien un sicario había asesinado horas antes en Santa Tecla. Aún con la congoja escapándosele por la voz, el pecho, los pensamientos, pero ya con una idea bastante clara de lo que había pasado en la casa de su hijo aquel día, el coronel le contestó a Munguía Payés: “Mi general”, le dijo Rivas a pesar de que desde hace tiempo decidió reservar solo para sus compañeros de tanda u oficiales mayores el uso del artículo posesivo que los militares suelen anteponer a la designación de un rango (Rivas entró a la escuela militar en 1961 mucho antes que Munguía). “Le dije mi general para ver qué le sacaba…”

El ministro le dio el pésame por teléfono; se disculpó porque “compromisos” le impedían acompañarlo en la noche, pero le ofreció ir al día siguiente, antes del entierro. “Yo sé que usted quería mucho a su hijo”, le repitió Munguía dos veces en esa llamada.

Al día siguiente, en la mañana, hablaron del despacho del ministro Munguía al celular del coronel (el oficial asegura que nunca dio su número privado ni al ministro ni a alguien cercano a su círculo), quien seguía en la funeraria.

Los edecanes pedían al coronel Rivas el nombre de su esposa y de su nuera –la viuda de Carlos René-; solicitaban, también, que la familia Rivas pidiera a algunos asistentes mover sus carros para dar espacio a la caravana del general. (Una tarea que no pintaba fácil: Munguía Payés suele viajar por las calles de San Salvador acompañado de dos decenas de vehículos, a veces incluso de una mini-tanqueta). El coronel Rivas, enfadado, los cortó: “Ustedes ya saben el nombre de mi esposa…”

Cuando le anunciaron que el general Munguía había llegado a la funeraria, el coronel Rivas salió a encontrarlo. Es lo que manda el protocolo militar. Es lo que mandaba la decencia.

Ambos hombres caminaron por la sala. El coronel Rivas llevó a Munguía hasta donde estaba su familia, para los pésames respectivos. Se cuidó de no llevarlo frente a la viuda de Carlos René, que estaba “muy afectada”. Tras la breve ronda, el general pidió al deudo salir un rato al jardín de la funeraria “a platicar”. Así recuerda esa conversación el coronel Rivas Najarro, y así la reprodujo en la carta en la que relata al presidente de la república, Salvador Sánchez Cerén, las circunstancias que rodearon el asesinato de Carlos René en abril. (El agente Peña Hernández, en Casa Presidencial, firmó el recibo de la carta el 10 de julio de 2014 a las 3:10 p.m.).


-         “Mi coronel, esto es debido a problemas dentro de su empresa”, le dijo el general Munguía al coronel Rivas.

Pocos minutos después del asesinato de Carlos René, menos de media hora, investigadores de la Policía y la Fuerza Armada ya habían esparcido entre los periodistas presentes en la escena del crimen que la principal hipótesis de investigación era una venganza de un ex empleado contra el hijo del coronel, quien junto a su padre administraban una empresa de seguridad privada propiedad de la familia.

-         “No, no es así”, contestó el padre del asesinado.

-         “Eso es lo que dicen todos los periódicos… Creo que debe hacer una investigación en su empresa; su empresa tiene problemas”, insistió el general.

El coronel se enfadó. Ya entonces, menos de 48 horas después del asesinato, estaba convencido de que a su hijo lo habían mandado a matar oficiales de la Fuerza Armada. Así se lo decían varias anomalías que pudo apreciar en las primeras diligencias que policías y la inteligencia militar realizaron en la casa donde encontró el cadáver de Carlos René y llamadas que había sostenido con investigadores; así se lo gritaba su instinto de militar que en la guerra conoció todo sobre el arte macabro de encubrir las muertes de inocentes que tan bien perfeccionaron algunos de sus compañeros de armas.

“Me lo mandaron a matar… A mi hijo me lo mandaron a matar”, selló Rivas Najarro su conversación con Munguía Payés. En su casa de Los Planes de Renderos, una mañana fresca de septiembre, más de 4 meses después del asesinato, el coronel repite la frase que ese día le dijo al Ministro de Defensa. En la funeraria, recuerda, le invadía la cólera por la intención de ocultar la verdad que percibió en las palabras del general. En su casa, cuando recordó aquellas palabras, solo había tristeza: poco más de dos horas después de haber iniciado el relato sobre el 23 de abril, día del asesinato, y de los días oscuros que han seguido, las lágrimas tenues pero tercas que se depositaron desde el principio entre los lentes y las arrugas en las comisuras de los ojos del coronel siguen ahí; ahí se quedarían durante toda la plática…

En su carta al presidente Sánchez Cerén, a quien conoció cuando ambos eran estudiantes de primaria en un pueblo cercano a San Salvador, el coronel adelanta algunas hipótesis sobre la muerte de su hijo.

Carta enviada por el Cnel. Rivas al pdte. Sánchez Cerén.
Además, en sus cartas, Rivas le recuerda al presidente que ya entre 1997 y 1998 él fue víctima de dos atentados contra su vida, los cuales denunció al entonces mandatario, Armando Calderón Sol, y por los que responsabilizó a “agentes del Policía Nacional Civil”. Esos atentados nunca fueron investigados.

El coronel retirado cree que la muerte de su hijo, así como los atentados en su contra y una amenaza a muerte que otro de sus hijos recibió en el teléfono tras la muerte de su hermano, puede estar relacionado a su rol en la investigación de casos de violaciones a los derechos humanos en que se involucra al ejército o con su oposición a la Ley de Amnistía.

“En círculos de amigos civiles y militares en servicio y retirados me he pronunciado a favor de la inconstitucionalidad de la ley de Amnistía y del cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos en el caso El Mozote vs. El Salvador, algo que hice saber al actual ministro de Defensa…”

A principios de los 90, justo después de su retiro de la condición activa en el ejército, Rivas Najarro trabajó de cerca con la comisión legislativa estadounidense que presidía el representante de Massachusetts Joseph Moakley, cuyo informe final estableció la responsabilidad del alto mando de la Fuerza Armada en los asesinatos de seis sacerdotes jesuitas y dos de su empleadas el 16 de noviembre de 1989 en la UCA.

II.               Un “acto enorme de valentía”

Carlos René Guillermo Rivas Molina salió de su casa poco antes de las 6:20 de la mañana, la hora usual cada vez que llevaba a su esposa a recoger el segundo vehículo de la familia, que guardaban a una cuadra y media de su casa en la colonia Casa Verde de Santa Tecla.

Una tarde antes, al menos dos hombres habían irrumpido sin violencia en la casa vecina a la de Carlos René y su familia, entre las calles Topacio y San Jorge de la colonia tecleña. Uno de los hermanos de Carlos está seguro de que aquel pretendido hurto –según testigos de ese hecho los intrusos no se llevaron nada de valor de esa casa– era un reconocimiento previo de los sicarios que, al día siguiente, asesinarían a Carlos René. 

Tras dejar a su esposa, Carlos René llevó a su niña al kínder. De regreso a casa, llamó a su padre, con quien trabaja en la agencia de seguridad familiar que el coronel fundó en 1996, para avisarle que esa mañana no pasaría por la oficina, sino que iría directamente a arreglar asuntos de la empresa en otro lado; le dijo, también, que se llevaría consigo una escopeta que había comprado hace poco, además del revólver que siempre cargaba con él: la irrupción en la casa vecina obligaba a tomar precauciones extra.

Carlos René salió de la casa poco después de haber vuelto de dejar a su esposa e hija, pero regreso enseguida, según reporte de un vigilante privado de la residencial. Su padre, hoy, especula: “creo que regresó a buscar algo que se le había olvidado…”

Foto reciente de Carlos René Guillermo Rivas Molina, a quien su familia llamaba solo Memo.

Carlos René entró a su casa por la puerta peatonal del portón tipo verja pintado de blanco que da al garaje. La dejó abierta. Lo que siguió fue un asesinato que estaba llamado a ser una ejecución sumaria y terminó en un tiroteo que costó la vida al hijo del coronel y al asesino, quien luego sería identificado como Félix Vladimir Girón Morales, un sicario a sueldo perteneciente a la pandilla Barrio 18, según una fuente en la PNC (la madre del asesino confirmó que su hijo era pandillero).

“El plan, como lo entendemos ahora, era que lo mataran y que dejaran el cuerpo ahí para que después ellos –los autores intelectuales– se inventaran la tesis de que lo había matado un empleado descontento con él, pero no les salió; no les salió porque él mató a su asesino y ahí empezó a complicárseles todo…” Carlos Alfredo Rivas Molina, el hijo mayor del coronel, me cuenta, de regreso de Los Planes a la colonia Escalón de San Salvador, la conclusión a la que su familia ha llegado después de los hechos del 23 de abril de 2014. 

El relato de esos momentos que transcurrieron entre el instante en que Carlos René cruzó la puerta peatonal de su portón hasta que un teniente de la Fuerza Armada llegó a la escena del crimen, unos 10 minutos después de que cesaran los disparos según se desprende de la hora de la muerte establecido en la autopsia y los relatos de testigos en la escena del crimen, está reconstruido a partir del “acta de inspección ocular policial de cadáver” que levantó el investigador Escalante Rivera a las 8:30 a.m. y que luego firmaron 14 personas, entre policías, fiscales, forenses, testigos, familiares y ese teniente, llamado Oscar William Gómez González. Los detalles del relato se basan, también, en la investigación particular que el coronel Rivas Najarro realiza desde que su hijo murió y en entrevistas con agentes del Estado relacionados con la magra investigación oficial.

El sicario asestó 7 disparos en el cuerpo de Carlos René; lo alcanzó en el tórax, en el abdomen y en la rodilla. Dejó 2 tiros en recámara, acaso para asestar el tiro de gracia, según relata el agente Escalante Rivera.

Mientras el sicario caminaba los no más de 20 metros entre el sitio desde el que disparó hasta el cuerpo de su víctima que ya había caído al suelo, Carlos René alcanzó a darse la vuelta; tenía su revólver en la mano. Vino, entonces, lo que su hermano llama “el enorme acto de valentía” que ha complicado todo a quienes contrataron al sicario y ha empujado al coronel Rivas Najarro a escribir dos cartas al presidente de la república, convencido de que el Estado, y en específico un departamento de inteligencia que dirige el coronel Simón Alberto Molina Montoya, y como parte del cual se identificó el teniente Gómez González, es responsable, cuando menos, del encubrimiento del asesinato de su hijo

Antes de que el sicario pudiera terminar su faena, Carlos René le disparó seis veces. Dos balas impactaron en la cabeza. Lo mató en el acto.

Es, por ahora, imposible saber con certeza cuánto tiempo pasó desde que cesaron los disparos hasta que el teniente Gómez González llegó a la escena del crimen, pero algunas cosas están claras: él llegó a la escena muy poco después del cese de los disparos; entró antes que cualquier investigador policial, fiscal o forense; había llegado antes en un carro rojo –de un modelo y color parecido al que, según la madre del sicario, había estado llegando a su casa una semana antes del asesinato de Carlos René a recoger a su hijo–; y, más importante, fue reprendido por un superior, a quien la familia de la víctima identifica como el coronel Molina Montoya, por firmar el acta de inspección ocular.

El coronel Rivas Najarro llegó a la escena poco antes de las 8 de la mañana, según relata al presidente Sánchez Cerén en su carta del 10 de julio y confirmaron a la Policía otras personas que estuvieron en la colonia Casa Verde el 23 de abril a primeras horas del día.
La autopsia que realizó el doctor Romeo Piche con la asistencia de la señor Herberth Ramírez a las 2 de la tarde de aquel día consigna, en el oficio 1787 presentado por el Instituto de Medicina Legal a la FGR el 29 de abril, que Carlos René Guillermo tenía entre siete y nueve horas de fallecido; es decir, murió entre las 5 y las 7 de la mañana.

Un vigilante de la colonia Casa Verde asegura que vio a Carlos René entrar a su casa por última vez después de las 6 de la mañana. El tiroteo, dice este testigo, terminó antes de las 7 am. La primera patrulla del 911 llegó a la escena del crimen antes de las 7 a.m. Y, según dijo uno de los agentes, el Teniente Gómez González llegó justo después que esos agentes del 911.

Cuando el coronel Rivas Najarro llegó, el teniente ya lo estaba esperando. Gómez González fue el primero en abordar al militar retirado, apenas este se bajó de su carro. Se acercó, recuerda Rivas, acompañado de “personas de civil y elementos uniformados y equipados del Ejército” para decirle que estaba ahí para ayudar en la investigación, enviado por “el Estado Mayor General del Ejército”, y que también el Organismo de Inteligencia del Estado (OIE) iba a investigar la muerte de su hijo.

A esa hora, minutos después de las 8:00 a.m., solo estaban, fuera de la casa, los agentes del 911 que ya habían movido el cadáver de Carlos René a un pick-up y el teniente y quienes lo acompañaban. Ni el Laboratorio Científico de la PNC ni Medicina Legal ni los fiscales habían entrado a la casa o habían reconocido oficialmente los cuerpos, el del hijo del coronel y el del sicario. El teniente Gómez González, sin embargo, ya sabía quién había muerto.

“Se dirigió a mí con nombre y apellido. Cómo sabía mi grado o mi nombre o que el muerto era mi hijo si aún no había ingresado ninguna delegación oficial a la escena”, se repite el coronel la pregunta en el comedor de su casa.

El agente policial Oscar Armando Alfaro Mendoza, el investigador que condujo y firmó la inspección ocular de la escena, consigna que el Teniente Gómez González volvió a entrar a la casa a las 9:40 p.m. Esta vez el militar entró, según quedó establecido en el acta de inspección ocular de la PNC, “para ver físicamente el cuerpo del cadáver que yacía en el piso de la casa”, el del sicario.

En la carta que escribe al presidente, el coronel Rivas Najarro, escribe: “Que el Teniente Gómez… al presentarse a la escena del delito era para asegurarse de los resultados de la acción y al mismo tiempo… encubrir la verdad”.

Poco después de las 8:00 a.m., cuando aún no habían entrado a la escena forenses, fiscales y planimetristas, y cuando aún faltaban al menos tres horas para que testigos y agentes firmaran el acta de inspección ocular, ya agentes de la PNC habían dicho a periodistas presentes en la escena que las investigaciones apuntaban a que el móvil era una venganza laboral contra el coronel y su hijo, perpetrada por un empleado al que acababan de despedir, lo mismo que el general David Munguía repetiría al padre de la víctima al día siguiente en la funeraria.
Esa versión, la del despedido, fue la que la Policía esparció desde temprano en la escena, según confirmaron dos periodistas, uno de televisión y otro de prensa escrita, que cubrieron el homicidio aquel día.

Solo para cerciorarse, el coronel Rivas llamó desde la escena del crimen a su empresa para preguntar a cuánta gente habían despedido en el último año. La respuesta: a ninguno.
Antes de irse de la colonia Casa Verde, el Teniente Gómez González dejó al coronel su número de teléfono, el 79100288, para mantenerlo al tanto de las investigaciones.

Durante casi dos semanas, el teniente respondió el teléfono al coronel, que le hablaba al menos dos veces al día para pedir avances de aquella investigación que el oficial de inteligencia militar había ofrecido. Siempre, sin excepción, el teniente contestaba con evasivas: “No tengo nada que informar mi coronel”, recuerda Rivas Najarro la respuesta típica.

Ya desesperado –porque sus dudas crecían–, el coronel decidió carear a Gómez González. “¿Cómo que no hay avances? Vamos a vernos y usted me va a explicar”, exigió Rivas Najarro. El teniente aceptó una entrevista personal. El viernes 9 de mayo, por la tarde, pactaron un reunión para el lunes siguiente, el 12.

El lunes, Rivas Najarro volvió a marcar el celular para concretar la cita. Nadie contestó. Pasaron así las horas hasta que otro oficial, un sargento de nombre Romel Neftaly Moreira, destacado en las fuerzas especiales, contestó el teléfono:

-         “Sí, mi coronel. El no se ha presentado a trabajar. Le vamos a pedir que se comunique con usted…”

El martes 13:

-         “Coronel, tenemos problemas, mi teniente está desaparecido, si usted tiene alguna información avísenos…”

Y el viernes 16 de mayo:

-         “Ayer lo enterraron… se murió…”

El sargento Moreira informó que al teniente Gómez González lo habían enterrado el día anterior, el 15 de mayo, pero el cadáver lo habían encontrado cinco días antes en la colonia La Rábida de San Salvador. La causa oficial de muerte, dijo el sargento, era intoxicación alcohólica, aunque en la autopsia se establece que fue edema y hemorragia pulmonar.

Cuando, en su carta del 10 de julio al presidente Sánchez Cerén el coronel Rivas Najarro relata estos hechos, escribe entre paréntesis la palabra “dudoso”, como lo hace otras once veces a lo largo de 14 páginas cada vez que refiere la explicación oficial que escucha o recibe de militares, policías o del mismo Ministro de Defensa en relación a la muerte de su hijo.

Tras colgar con el sargento, ofuscado, el coronel Rivas Najarro le habló a su hijo mayor. “Mataron al teniente”, dijo. “Estos hijos de puta fueron. Ellos mataron a Memo”.

En una de las conclusiones de su carta a Sánchez Cerén, el padre de la víctima no deja lugar a la interpretación sobre la sospecha que le ha carcomido sobre quiénes ordenaron, planificaron, ejecutaron y están encubriendo el asesinato de su hijo: “El asesinato de mi hijo obedeció a una planificación por lo menos con treinta días de anticipación…”, escribe Rivas Najarro. Y luego habla de “elementos militares involucrados en la planificación en coordinación con sicarios de la MS que manejan la estructura del ministro y su asesor coronel Simón Alberto Molina Montoya”.

El viernes 19 de septiembre envié un cuestionario a los departamentos de protocolo y prensa y comunicaciones de la Fuerza Armada de El Salvador sobre el rol del teniente Gómez González y el coronel Molina Montoya en la investigación del asesinato de Carlos René Guillermo Rivas Molina, así como solicitudes de entrevista con el oficial y con el ministro de Defensa, general David Munguía Payés. No hubo respuesta.



SEGUNDA ENTREGA: Más atentados y las acusaciones contra Molina Montoya.