A continuación reconstruyo la historia del
operativo conjunto entre la Drug Enforcement Administration (DEA), el
Departamento de Estado de los Estados Unidos y el Centro de Inteligencia
Policial de El Salvador que culminó con el arresto de un capitán del ejército
salvadoreño acusado de intentar vender AK-47, M-16, granadas y lanza granadas a
un agente encubierto de Estados Unidos que se hizo pasar por intermediario de
las FARC. El viernes 11 de mayo, el fiscal del distrito este del estado de
Virginia condecoró, en la ciudad de Alexandria, a 29 agentes de la ley,
estadounidenses y salvadoreños, que participaron en la operación. (El relato
está basado en documentos del dominio público y en él utilizó seudónimos para
nombrar a los agentes que aún realizan labores de inteligencia en El Salvador o
cuya vida se encuentra en peligro entre otras cosas por su participación en el
operativo contra “El Capitán”).
Programa de premiación a agentes |
“Yo sabía
que no iba a explotar. Eso lo sabía porque lo hice en la guerra”, cuenta. La
prueba artesanal sirvió para convencer a su equipo y a sus jefes que la
operación debía seguir, que el proveedor de aquella pequeña muestra de C4 podía
ser el primer paso en el camino para descubrir a un grupo de oficiales del
ejército que estaban abasteciendo el mercado negro de El Salvador con explosivo
plástico y otras armas.
Tiburón es
un agente de la policía salvadoreña que estuvo en la guerrilla en los 80, se
especializó en labores de inteligencia policial desde la fundación de la PNC y
llegó hasta los puestos más altos del Centro de Inteligencia Policial durante
la gestión del Comisionado Carlos Ascencio como Director General. Tiburón empezó a dirigir el grupo de
inteligencia contra el crimen organizado a finales de 2009. Al principio solo
tenía dos agentes bajo su mando. Uno de ellos, “Tigre”, llevaba ya un buen rato
manejando fuentes en el bajo mundo, sobre todo pandilleros y
narcotraficantes. Una de esas fuentes,
un hombre que llevaba preso una década por narcotráfico, fue el que le comentó
a Tigre sobre dos capitanes de la Fuerza Armada que vendían explosivo plástico
en el mercado negro.
“Le pedí (a
Tigre) fuentes que nos ayudaran a buscar quién estaba poniendo granadas en el
centro de San Salvador. Y él me habló de su fuente, el que llevaba años preso,
y me dijo que ese preso tenía un ‘compadre de clavo’ (estuvieron presos juntos)
que podía llevarnos hasta los capitanes que vendían explosivo plástico”, cuenta
Tiburón en un correo electrónico.
Lo que
siguió a esa conversación fue una operación encubierta de altos vuelos que
culminó, el 18 de noviembre de 2010, en el arresto de uno de esos militares, el
capitán Héctor Antonio Martínez Guillén, en el parqueo de un hotel aledaño al
aeropuerto internacional de Dulles, Virginia, que sirve a la capital de los
Estados Unidos.
Tras la
prueba con la candela de C4, la Policía salvadoreña autoriza la primera compra,
de una barra de C4 y pacta una promesa de compraventa con el intermediario de
25 libras y granadas. La siguiente compra fue de 10 libras por 2,500
dólares. “También nos vendieron una
granada que seguro venía del ejército, aunque tenía borrado el número de serie
y cualquier dato que nos indicara de dónde provenía.
El afidávit
En
principio, la pista no llevaba directamente hasta el proveedor principal, el
capitán Martínez Guillén, sino a intermediarios. Entre enero y junio de 2010,
el equipo de Tiburón había logrado intervenir ventas en diversos barrios de la
periferia de San Salvador, sobre todo en zonas controladas por las pandillas,
como La Anémona, en San Martín. En algunas zonas, como Soyapango, Ilopango y
una parte de Tonacatepeque la operación no fue fácil. Al decir de Tiburón,
tuvieron fuertes sospechas de que ahí
algunos oficiales de la PNC informaban a los pandilleros sobre las
investigaciones.
“A los
pandilleros de la MS en El Pino les decomisamos granadas y marihuana y en La
Anémona granadas, munición, fusiles de asalto y escopetas”. La penetración del
grupo encubierto en las clicas era ya importante y los análisis de inteligencia
perfilaban cada vez con más claridad la existencia de un solo proveedor matriz.
El
siguiente paso fue más atrevido. El “compadre” de la fuente inicial, el
narcotraficante preso, seguía moviendo C4 en el mercado. Hasta él llegó un agente encubierto de la División
Antinarcóticos de la Policía, que trabajaba en coordinación con la DEA. El
asunto reunió a la DAN, el CIP y la DEA en los altos despachos de la PNC en el
cuartel central, El Castillo. Ahí se acordó seguir las investigaciones, pero
con las fuentes de cada división compartimentadas para evitar filtraciones. “Ya
habíamos tenido malas experiencias con filtraciones, como las hubo en la
Operación Camaleón (ver El agente Nahún y el capitán Portillo). Quedamos en buenos términos y al final la operación
la hizo el CIP directamente con la DEA”, explica un agente encubierto de
inteligencia policial.
Ceremonia de premiación a agentes por operación "El Capitán". Alexandria, Virginia. |
Con el apoyo del CIP de la Policía salvadoreña, la DEA montó un operativo que permitió a agentes encubiertos de la DEA presentarse como supuestos miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) dispuestos a comprar armas largas y explosivos para atacar a agentes e intereses estadounidenses en Colombia.
“El 22 de julio de 2010, el acusado se encontró con CW-3 y CW-1 (agentes encubiertos) en un cuarto de hotel en San Salvador. En el encuentro, que fue grabado, CW-3 habló sobre las FARC y su pertenencia a las FARC… le dijo que estaba organizando una gran brigada para expulsar a los estadounidenses de Colombia ‘muertos si era posible’ y que por eso se estaba reuniendo con él… El acusado hizo una lista del tipo de armas a las que él tenía acceso y de sus precios; esa lista incluía: AK-47s, M-16s, granadas y lanzacohetes… El acusado pidió, por todo, 280,000 dólares”, se lee en la acusación archivada en la corte estatal de Virginia.
Para septiembre de 2010, según el documento legal, Martínez Guillén ya había vendido un AK-47, un M-16, tres cargadores y 85 rondas de munición, nitroglicerina, media libra de C4 y tres detonadores.
Para noviembre, el terreno estaba ya listo. El capitán pedía más dinero a sus compradores para conseguir material. Un encubierto propuso al militar, entonces, viajar a Estados Unidos para vender droga de las FARC y así conseguir capital semilla y llevar el negocio a otro nivel. Martínez Guillén había caído en la trampa.
El equipo de Tiburón se encargó de dar seguimiento al capitán desde San Salvador hasta Ciudad de Guatemala, de donde salía el vuelo que lo llevaría a Estados Unidos. Los salvadoreños incluso verificaron, en el aeropuerto internacional La Aurora, que Martínez Guillén se subiera al avión.
El 18 de noviembre de 2010, en el estacionamiento de un hotel cerca del aeropuerto internacional de Dulles, en Virginia, agentes estadounidenses uniformados capturaron al capitán justo cuando este sacaba del baúl de un carro negro los 10 kilogramos de cocaína que el encubierto le había ofrecido en San Salvador. Concluía, así, la investigación policial que había empezado en el centro de San Salvador con la prueba artesanal que el agente Tiburón hizo para probar la autenticidad del C4 y que la fiscalía distrital de Virginia calificó de “ejemplo brillante” de cooperación entre fuerzas de la ley estadounidenses y extranjeras.
Epílogo.
La investigación de la fiscalía estadounidense concluyó con una acusación introducida en la corte distrital de Virginia el 24 de febrero de 2011 en la que MacBride acumuló cinco delitos al capitán Héctor Antonio Martínez Guillén: intento de apoyo material a una organización terrorista extranjera, portación de explosivos durante la comisión de un crimen, transferencia de material explosivo a sabiendas de que será usado por cometer un crimen violento, conducción de artefactos explosivos relacionados con un crimen violento y posesión de cinco o más kilogramos de cocaína con intención de venta.
Buena parte de los oficiales salvadoreños que participaron en esa operación de principio a fin, y a quienes MacBride acaba de condecorar en Virginia, no están más en la inteligencia policial. Durante la operación relacionada al capitán, la inteligencia policial recogió un par de datos inquietantes: Martínez Guillén era parte de una estructura en la que estaban involucrados otros dos capitanes; los militares tenían nexos con dos líderes pandilleros famosos ya por sus nexos con el crimen organizado: Carlos Alberto Rivas Barahona, alias Chino tres colas, y José Misael Cisneros Rodríguez, alias Medio millón. Los informes de inteligencia relacionados a aquella operación también lanzan una sugerencia: ahondar en las posibles relaciones de la red de Martínez Guillén, los otros capitanes y los mareros con Los Zetas.