jueves, 15 de noviembre de 2012

El día que capturaron al Burro




El 17 de febrero de 2011 el Centro de Inteligencia Policial retuvo por unas horas a Roberto Antonio Herrera Hernández, de alias El Burro, uno de los líderes del Cartel de Texis. La Policía, entonces, se amparó en una vieja orden de interpol que reclamaba al supuesto narcotraficante por delitos cometidos en Estados Unidos. A continuación el relato, y las fotos, de lo que sucedió aquel día, basado en reportes policiales y en entrevistas con tres agentes salvadoreños que estuvieron relacionados con el operativo, de quienes se omite identificación por razones de seguridad.

Roberto Herrera Hernández, de alias El Burro, el 17 de febrero de 2011, en Santa Ana, antes de ser retenido por policías salvadoreños por una vieja orden de interpol que lo reclamaba por delitos cometidos en Estados Unidos.


La imagen del Burro en el retrovisor de su vehículo, durante el seguimiento policial.



“Cuidá al niño y vendé todo lo que tenemos”, dijo el hombre a su esposa por el celular. Era la voz de un hombre “asustado” y “resignado”, según cuenta uno de los agentes de la Policía (el agente 1) que lo custodiaba en el laboratorio de la PNC en San Salvador. Pasaban las 3:30 de la tarde de ese día cuando Roberto Antonio Herrera Hernández, alias el Burro, tomó el teléfono para alertar a su esposa que estaba detenido y que los policías estaban cotejando sus huellas digitales para confirmar si él era la misma persona a quien el FBI buscaba por varios delitos. “Él sabía para donde iba y sabía que si lo mandábamos para el norte de esa no se escapaba. Una cosa es aquí, en El Salvador, donde él a esas alturas ya tenía comprados a un montón de políticos y policías. Otra cosa es en el norte”, relata otro agente salvadoreño que conoció sobre aquella captura (el agente 2).

Antes de salir hacia San Salvador
El operativo empezó en una de las casas de Herrera Hernández, la número 12 de la 7ª. Avenida Norte de Santa Ana, en el occidente salvadoreño, desde temprano, con una unidad de vigilancia que había ubicado el pick-up Toyota verde musgo  placas P235-804, propiedad del Burro, estacionado frente al edificio de una planta, fachada blanca, puertas rojas y ladrillo visto. Cuatro agentes de la inteligencia policial, tres hombres y una mujer, se ubicaron a  unos 50 metros del inmueble a esperar. Ese día, según todo lo planeado, capturarían al Burro Herrera, uno de los principales líderes del narcotráfico salvadoreño al que la PNC llevaba siguiendo al menos un año y quien Estados Unidos conocía por delitos cometidos en Los Ángeles y Houston.

El seguimiento duró casi toda la mañana. Primero, Herrera Hernández fue a una cerrajería, la Industrial, ubicada en la Avenida Independencia de Santa Ana, donde conversó con alguien en el interior del local. Luego se bajó en Lácteos de Texis; ahí dejó su pick-up verde y cargó con forraje para ganado un camioncito blanco Hyundai placas P545-380 con el que salió por el redondel de Metrocentro  hacia San Salvador. Los agentes de inteligencia le seguían de cerca.

En Septiembre de 2009, en un documento de la PNC titulado “Informe estratégico sobre amenazas del narcotráfico en El Salvador”, elaborado a partir de la orden circular número 0009-12-2008, que había girado la Dirección General en tiempos del Comisionado José Luis Tobar Prieto, aparecen varias referencias al Burro Herrera:  “De profesión u oficio ganadero… es el segundo jefe de una estructura de narcotraficantes, solamente detrás de Ortega, el Chele. Se le ha designado como el que controla la parte de Santa Ana y Ahuachapán… Tiene su propia  gente que efectúa los contactos para los envíos de droga, sus principales enlaces están en Jutiapa y Jalapatagua en Guatemala…

“Se conoce que en un tiempo anterior… en programas de televisión… aparecía la foto de este sujeto como uno de los más buscados por el FBI, por tráfico de armas y homicidio. En ese tiempo este sujeto se anduvo escondiendo, pero luego de algún tiempo continúo con actividades ilegales.” Otra referencia sobre el Burro en ese informe.

Herrera Hernández poco después de ser detenido
El periódico digital El Faro de El Salvador es el único medio de comunicación en perfilar a Herrera Hernández, citando tres informes policiales de inteligencia. En un amplio reportaje sobre el Cartel de Texis, una de las estructuras de narcotráfico y lavado de dinero del país, El Faro retrata al Burro Herrera, uno de los líderes de la organización junto a José Adán Salazar Umaña, de alias Chepe Diablo, como un hombre con importantes conexiones en el bajo mundo, en la Policía y en los partidos políticos.

El Burro, dice El Faro, participó el 14 de julio de 2010 en una reunión en la que habló de “apartar” a un oficial de la Policía que se había puesto “pendejo”. Otros documentos de la inteligencia estatal salvadoreña en los que Herrera Hernández aparece perfilado hablan de su papel como líder del narcomenudeo en Santa Ana, pero también de su posible participación en homicidios por ajustes de cuentas en su organización.

Cerca del mediodía de aquel día de febrero de 2011, el Hyundai blanco, con Herrera Hernández al volante y otros dos hombres adentro, abandonó la carretera Santa Ana-San Salvador y tomó la calle a Zapotitán a la altura del cantón Agua Caliente. Minutos después, dos carros se juntaron en esa calle de polvo y grava: el Hyundai y un todoterreno Toyota gris placas P4346. El Burro disminuyó la marcha para intercambiar algunas palabras con el conductor del Toyota, quien a los pocos segundos reemprendió su camino. Desde otro carro, un Hyundai sedán, gris también, los agentes de la Policía observaron el intercambio.

Tras el encuentro con el Toyota Gris, el Burro Herrera vio como el sedán le sobrepasaba sobre la calle de tierra y se detenía frente a él, obligándolo a detenerse. Los cuatro agentes de paisano se identificaron y le anunciaron al Burro que estaba retenido, que lo llevarían a San Salvador para comprobar si sus huellas digitales coincidían con las de un hombre al que los estadounidenses buscaban por crímenes cometidos en el norte.

“Él sabía lo que iba a pasar; sabía que si lo entregábamos a los cheles (autoridades de Estados Unidos) no había forma en que saliera”, recuerda el agente 2. “No se opuso a que lo detuviéramos. Nos dijo que era amigo y nos ofreció colaborar”, relata.

Desde la calle polvosa de Zapotitán salieron varias llamadas a San Salvador cuando Herrera Hernández estaba retenido. El coordinador de la captura llamó a sus superiores para terminar de asegurar qué pasaría cuando el laboratorio policial confirmara que las huellas dactilares del hombre al que acababan de detener, moreno de cabello entrecano y barba recortada al estilo candado, vestido con una camiseta verde musgo, un pantalón de lona celeste, zapatos y cinturón café, eran las del narcotraficante que había empezado controlando el menudeo de droga en el barrio San Lorenzo de Santa Ana y luego se convirtió en el lugarteniente de una de las organizaciones de narcotráfico más grandes de El Salvador, un capo al que también investigaban por el asesinato de cómplices por deudas no pagadas.



Secuencia del momento en que el Burro Herrera es retenido en la zona de Zapotitán.

Un reporte fiscal del 14 de agosto de 2008 da cuenta del asesinato de un distribuidor de droga del barrio San Lorenzo de Santa Ana que la inteligencia policial, en un reporte de septiembre de 2009, atribuye al Burro.  Esa noche, los agentes de la unidad de vida de la fiscalía santaneca llegaron a la escena del crimen a las 9:30. Ahí encontraron el cadáver de un hombre al que luego identificaron como Abel José Rogelio Padilla, de 36 años. Esto es lo que reportaron los agentes: a eso de las 8 y cuarto, dos hombres se bajaron de un automóvil gris en la intersección entre la 9ª. Avenida Norte y 12 Calle Oriente del Barrio Santa Bárbara de Santa Ana y descargaron dos armas de fuego sobre Rogelio Padilla, quien murió por varios impactos de bala en el tórax.

Horas antes, el Burro, según el reporte de inteligencia, había ordenado la muerte de Padilla, uno de los comerciantes de droga de la zona, para cobrar una deuda. Este es el relato del móvil, reconstruido con lo que consta en ese expediente policial: Padilla, deportado de Estados Unidos, trabajaba para la estructura de narcotráfico que manejaba Herrera Hernández. Como otros menuderos de confianza, Padilla, quien llegaba a recibir hasta un kilo de cocaína para surtir mercados en Santa Ana, el occidente y otras zonas del país, acababa de cometer el más grave de los errores en el mundo narco: había fiado un kilo a otro distribuidor y había perdido otros dos kilos, algo que su patrón no podía perdonarle. Por órdenes del Burro, los sicarios, encabezados por alguien a quien la Policía identificó solo como Amintón de Jesús, recibieron “una gran suma de dinero” desde un carro placas P-284421 el mismo día que Abel Padilla fue asesinado.

De regreso al operativo del 17 de febrero, de 2011, el agente 1 recuerda la expectativa que se había generado en torno a lo posibilidad de sacar al Burro de circulación. “Sabíamos que esta era una oportunidad de oro para sacarlo de aquí y realmente golpear a esta estructura. Y lo hablamos con los estadounidenses. La orden de interpol existía… Parecía que teníamos algo ahí”, explica. La respuesta de los norteamericanos, dice, no fue contundente, pero tampoco desalentadora.

Poco antes de las tres de la tarde, el auto en el que viajaban los agentes salvadoreños y el Burro se detuvo en una calle lateral del bulevar Santa Elena, cerca de la Embajada de los Estados Unidos. Ahí, el policía encargado del operativo recibió, de manos de un agregado policial estadounidense un documento con las huellas del hombre al que la justicia de Estados Unidos buscaba.

“Con esto vamos a ir al Laboratorio para confirmar que son tus huellas”, le dijo el agente a Herrera Hernández. “Esa fue la explicación que le di, que estaba retenido en vías de identificación; ese era el procedimiento legal”.

Ya en el laboratorio policial, mientras el Burro esperaba esposado en una salita, los agentes empezaron a recibir llamadas desalentadoras. “Me dijeron que la orden no era suficiente, que era muy vieja… que no servía… que no se lo iban a llevar. Yo le contesté a uno de ellos: ‘sabés que lo que este hombre hace es trabajar aquí para envenenar adolescentes allá en Estados Unidos con la droga que pasa. Nos jodemos nosotros pero se joden ustedes también…’, pero no hubo tales. No fue ese el día del Burro”.
Cuando el agente 1 le dijo a Herrera Hernández que era libre recibió una sonrisa a cambio. Una sonrisa de alivio. “Me lo llevé a la delegación de Santa Ana y ahí levantamos un acta cuando se lo entregamos a la esposa”.

Otro agente salvaderoño, el 3, accede a corroborar el operativo del 7 de febrero de 2011. La conversación con este hombre, quien fue consultor en la PNC y colabora con la DEA, solo es posible a través del chat de un Blackberry (“Es más difícil que los piquen –intervengan-“, explica): 

-          ¿Usted recuerda ese operativo? 

-          Sí, fue una retención, pero el Burro salió bien. 

-          ¿Qué pasó? ¿Por qué no lo agarró la DEA o el FBI?

-           La orden estaba prescrita, ya no servía para llevarlo. 

El día del operativo fallido, al despedirse de los policías que lo habían retenido, Roberto Antonio Herrera Hernández, solo dijo: “Cualquier cosa que necesiten, búsquenme, estoy a sus órdenes”.