Reproduzco aquí la versión en español de un artículo publicado en inglés por el portal Insightcrime.
“El asesinato de mi hijo obedeció a una planificación por lo menos con
treinta días de anticipación…”, escribe Rivas Najarro. Y luego habla de
“elementos militares involucrados en la planificación en coordinación con
sicarios de la MS que manejan la estructura del ministro y su asesor coronel
Simón Alberto Molina Montoya”.
Coronel Carlos Alfredo Rivas Narrajo.
Coronel retirado Carlos Alfredo Rivas Najarro. |
I.
“A mi hijo me lo mataron, general”
El coronel Carlos Alfredo Rivas Najarro es un
veterano de la guerra, y de la paz. A principios de los 80 le llevó al ministro de Defensa de entonces, el general Eugenio Vides Casanova, la
sugerencia estadounidense de separar los cuerpos de seguridad del ejército; no
le hicieron caso. A su casa llegó Roberto d’Aubuisson en 1986 a entregarle al
teniente López Sibrián, un militar acusado de dirigir escuadrones de la muerte y
una banda de secuestradores. En 1988, Rivas dirigió el Centro de Entrenamiento Militar
en La Unión (asesorado por Estados Unidos). Desde 1991, año en que se retiró
después de 30 años de servicio activo, ha sido una de las voces del ejército
que con más fuerza ha condenado –casi siempre en privado- la masacre de seis sacerdotes jesuitas y dos de sus empleadas a manos de sus compañeros de armas.
Ha sufrido dos atentados contra su vida, que ha denunciado ante dos presidentes
de la república y tres fiscales generales; nadie hasta ahora le ha prestado
atención. El miércoles 23 de abril de 2014 un sicario mató de 7 balazos a su
hijo menor, Carlos René Guillermo. Rivas está convencido de que en la
planificación, financiamiento, ejecución y encubrimiento del homicidio está,
también, metido el ejército. En una carta que le envió el 10 de julio de 2014,
el coronel pide al presidente Salvador Sánchez Cerén que investigue las
responsabilidades del alto mando en la muerte de su hijo, sobre todo el rol del
coronel Simón Alberto Molina Montoya, jefe de la brigada de inteligencia creada
por el actual ministro de Defensa, el general David Munguía Payés. Molina
Montoya ha sido relacionado por investigaciones policiales con el Cartel de
Texis y con grupos pandilleros.
El coronel
y su familia se dirigían a la funeraria de la Fuerza Armada a velar a Carlos
René Guillermo, el menor de los cuatro hijos, a quien un sicario había
asesinado horas antes en Santa Tecla. Aún con la congoja escapándosele por la
voz, el pecho, los pensamientos, pero ya con una idea bastante clara de lo que
había pasado en la casa de su hijo aquel día, el coronel le contestó a Munguía
Payés: “Mi general”, le dijo Rivas a pesar de que desde hace tiempo decidió
reservar solo para sus compañeros de tanda u oficiales mayores el uso del
artículo posesivo que los militares suelen anteponer a la designación de un
rango (Rivas entró a la escuela militar en 1961 mucho antes que Munguía). “Le
dije mi general para ver qué le sacaba…”
El ministro le dio el pésame por teléfono; se
disculpó porque “compromisos” le impedían acompañarlo en la noche, pero le
ofreció ir al día siguiente, antes del entierro. “Yo sé que usted quería mucho
a su hijo”, le repitió Munguía dos veces en esa llamada.
Al día siguiente, en la mañana, hablaron del
despacho del ministro Munguía al celular del coronel (el oficial asegura que
nunca dio su número privado ni al ministro ni a alguien cercano a su círculo),
quien seguía en la funeraria.
Los edecanes pedían al coronel Rivas el nombre de
su esposa y de su nuera –la viuda de Carlos René-; solicitaban, también, que la
familia Rivas pidiera a algunos asistentes mover sus carros para dar espacio a
la caravana del general. (Una tarea que no pintaba fácil: Munguía Payés suele
viajar por las calles de San Salvador acompañado de dos decenas de vehículos, a
veces incluso de una mini-tanqueta). El coronel Rivas, enfadado, los cortó:
“Ustedes ya saben el nombre de mi esposa…”
Cuando le anunciaron que el general Munguía había
llegado a la funeraria, el coronel Rivas salió a encontrarlo. Es lo que manda
el protocolo militar. Es lo que mandaba la decencia.
Ambos hombres caminaron por la sala. El coronel
Rivas llevó a Munguía hasta donde estaba su familia, para los pésames
respectivos. Se cuidó de no llevarlo frente a la viuda de Carlos René, que
estaba “muy afectada”. Tras la breve ronda, el general pidió al deudo salir un
rato al jardín de la funeraria “a platicar”. Así recuerda esa conversación el
coronel Rivas Najarro, y así la reprodujo en la carta en la que relata al
presidente de la república, Salvador Sánchez Cerén, las circunstancias que
rodearon el asesinato de Carlos René en abril. (El agente Peña Hernández, en
Casa Presidencial, firmó el recibo de la carta el 10 de julio de 2014 a las
3:10 p.m.).
-
“Mi coronel, esto es debido a problemas dentro de
su empresa”, le
dijo el general Munguía al coronel Rivas.
Pocos minutos después del asesinato de Carlos
René, menos de media hora, investigadores de la Policía y la Fuerza Armada ya
habían esparcido entre los periodistas presentes en la escena del crimen que la
principal hipótesis de investigación era una venganza de un ex empleado contra
el hijo del coronel, quien junto a su padre administraban una empresa de
seguridad privada propiedad de la familia.
-
“No, no es así”, contestó el padre del asesinado.
-
“Eso es lo que dicen todos los periódicos… Creo
que debe hacer una investigación en su empresa; su empresa tiene problemas”, insistió el general.
El coronel se enfadó. Ya entonces, menos de 48
horas después del asesinato, estaba convencido de que a su hijo lo habían
mandado a matar oficiales de la Fuerza Armada. Así se lo decían varias
anomalías que pudo apreciar en las primeras diligencias que policías y la
inteligencia militar realizaron en la casa donde encontró el cadáver de Carlos
René y llamadas que había sostenido con investigadores; así se lo gritaba su
instinto de militar que en la guerra conoció todo sobre el arte macabro de
encubrir las muertes de inocentes que tan bien perfeccionaron algunos de sus
compañeros de armas.
“Me lo mandaron a
matar… A mi hijo me lo mandaron a matar”, selló Rivas Najarro su conversación con Munguía
Payés. En su casa de Los Planes de Renderos, una mañana fresca de septiembre,
más de 4 meses después del asesinato, el coronel repite la frase que ese día le
dijo al Ministro de Defensa. En la funeraria, recuerda, le invadía la cólera
por la intención de ocultar la verdad que percibió en las palabras del general.
En su casa, cuando recordó aquellas palabras, solo había tristeza: poco más de
dos horas después de haber iniciado el relato sobre el 23 de abril, día del
asesinato, y de los días oscuros que han seguido, las lágrimas tenues pero
tercas que se depositaron desde el principio entre los lentes y las arrugas en
las comisuras de los ojos del coronel siguen ahí; ahí se quedarían durante toda
la plática…
En su carta al presidente Sánchez Cerén, a quien
conoció cuando ambos eran estudiantes de primaria en un pueblo cercano a San
Salvador, el coronel adelanta algunas hipótesis sobre la muerte de su hijo.
Carta enviada por el Cnel. Rivas al pdte. Sánchez Cerén. |
El coronel
retirado cree que la muerte de su hijo, así como los atentados en su contra y
una amenaza a muerte que otro de sus hijos recibió en el teléfono tras la
muerte de su hermano, puede estar relacionado a su rol en la investigación de
casos de violaciones a los derechos humanos en que se involucra al ejército o
con su oposición a la Ley de Amnistía.
“En
círculos de amigos civiles y militares en servicio y retirados me he
pronunciado a favor de la inconstitucionalidad de la ley de Amnistía y del
cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos
en el caso El Mozote vs. El Salvador, algo que hice saber al actual ministro de
Defensa…”
A
principios de los 90, justo después de su retiro de la condición activa en el
ejército, Rivas Najarro trabajó de cerca con la comisión legislativa
estadounidense que presidía el representante de Massachusetts Joseph Moakley,
cuyo informe final estableció la responsabilidad del alto mando de la Fuerza
Armada en los asesinatos de seis sacerdotes jesuitas y dos de su empleadas el
16 de noviembre de 1989 en la UCA.
II.
Un “acto enorme de valentía”
Carlos René Guillermo Rivas Molina salió de su
casa poco antes de las 6:20 de la mañana, la hora usual cada vez que llevaba a
su esposa a recoger el segundo vehículo de la familia, que guardaban a una
cuadra y media de su casa en la colonia Casa Verde de Santa Tecla.
Una tarde antes, al menos dos hombres habían
irrumpido sin violencia en la casa vecina a la de Carlos René y su familia,
entre las calles Topacio y San Jorge de la colonia tecleña. Uno de los hermanos
de Carlos está seguro de que aquel pretendido hurto –según testigos de ese
hecho los intrusos no se llevaron nada de valor de esa casa– era un
reconocimiento previo de los sicarios que, al día siguiente, asesinarían a
Carlos René.
Tras dejar a su esposa, Carlos René llevó a su
niña al kínder. De regreso a casa, llamó a su padre, con quien trabaja en la
agencia de seguridad familiar que el coronel fundó en 1996, para avisarle que
esa mañana no pasaría por la oficina, sino que iría directamente a arreglar
asuntos de la empresa en otro lado; le dijo, también, que se llevaría consigo
una escopeta que había comprado hace poco, además del revólver que siempre
cargaba con él: la irrupción en la casa vecina obligaba a tomar precauciones
extra.
Carlos René salió de la casa poco después de
haber vuelto de dejar a su esposa e hija, pero regreso enseguida, según reporte
de un vigilante privado de la residencial. Su padre, hoy, especula: “creo que
regresó a buscar algo que se le había olvidado…”
Foto reciente de Carlos René Guillermo Rivas Molina, a quien su familia llamaba solo Memo. |
Carlos René entró a su casa por la puerta
peatonal del portón tipo verja pintado de blanco que da al garaje. La dejó
abierta. Lo que siguió fue un asesinato que estaba llamado a ser una ejecución
sumaria y terminó en un tiroteo que costó la vida al hijo del coronel y al
asesino, quien luego sería identificado como Félix Vladimir Girón Morales, un
sicario a sueldo perteneciente a la pandilla Barrio 18, según una fuente en la
PNC (la madre del asesino confirmó que su hijo era pandillero).
“El plan, como lo entendemos ahora, era que lo
mataran y que dejaran el cuerpo ahí para que después ellos –los autores
intelectuales– se inventaran la tesis de que lo había matado un empleado
descontento con él, pero no les salió; no les salió porque él mató a su asesino
y ahí empezó a complicárseles todo…” Carlos Alfredo Rivas Molina, el hijo mayor
del coronel, me cuenta, de regreso de Los Planes a la colonia Escalón de San
Salvador, la conclusión a la que su familia ha llegado después de los hechos
del 23 de abril de 2014.
El relato de esos momentos que transcurrieron
entre el instante en que Carlos René cruzó la puerta peatonal de su portón
hasta que un teniente de la Fuerza Armada llegó a la escena del crimen, unos 10
minutos después de que cesaran los disparos según se desprende de la hora de la
muerte establecido en la autopsia y los relatos de testigos en la escena del
crimen, está reconstruido a partir del “acta de inspección ocular policial de
cadáver” que levantó el investigador Escalante Rivera a las 8:30 a.m. y que
luego firmaron 14 personas, entre policías, fiscales, forenses, testigos,
familiares y ese teniente, llamado Oscar William Gómez González. Los detalles
del relato se basan, también, en la investigación particular que el coronel
Rivas Najarro realiza desde que su hijo murió y en entrevistas con agentes del
Estado relacionados con la magra investigación oficial.
El sicario asestó 7 disparos en el cuerpo de
Carlos René; lo alcanzó en el tórax, en el abdomen y en la rodilla. Dejó 2
tiros en recámara, acaso para asestar el tiro de gracia, según relata el agente
Escalante Rivera.
Mientras el sicario caminaba los no más de 20
metros entre el sitio desde el que disparó hasta el cuerpo de su víctima que ya
había caído al suelo, Carlos René alcanzó a darse la vuelta; tenía su revólver
en la mano. Vino, entonces, lo que su hermano llama “el enorme acto de
valentía” que ha complicado todo a quienes contrataron al sicario y ha empujado
al coronel Rivas Najarro a escribir dos cartas al presidente de la república,
convencido de que el Estado, y en específico un departamento de inteligencia
que dirige el coronel Simón Alberto Molina Montoya, y como parte del cual se
identificó el teniente Gómez González, es responsable, cuando menos, del
encubrimiento del asesinato de su hijo
Antes de que el sicario pudiera terminar su
faena, Carlos René le disparó seis veces. Dos balas impactaron en la cabeza. Lo
mató en el acto.
Es, por ahora, imposible saber con certeza cuánto
tiempo pasó desde que cesaron los disparos hasta que el teniente Gómez González
llegó a la escena del crimen, pero algunas cosas están claras: él llegó a la
escena muy poco después del cese de los disparos; entró antes que cualquier
investigador policial, fiscal o forense; había llegado antes en un carro rojo
–de un modelo y color parecido al que, según la madre del sicario, había estado
llegando a su casa una semana antes del asesinato de Carlos René a recoger a su
hijo–; y, más importante, fue reprendido por un superior, a quien la familia de
la víctima identifica como el coronel Molina Montoya, por firmar el acta de
inspección ocular.
El coronel Rivas Najarro llegó a la escena poco
antes de las 8 de la mañana, según relata al presidente Sánchez Cerén en su
carta del 10 de julio y confirmaron a la Policía otras personas que estuvieron
en la colonia Casa Verde el 23 de abril a primeras horas del día.
La autopsia que realizó el doctor Romeo Piche con
la asistencia de la señor Herberth Ramírez a las 2 de la tarde de aquel día
consigna, en el oficio 1787 presentado por el Instituto de Medicina Legal a la
FGR el 29 de abril, que Carlos René Guillermo tenía entre siete y nueve horas
de fallecido; es decir, murió entre las 5 y las 7 de la mañana.
Un vigilante de la colonia Casa Verde asegura que
vio a Carlos René entrar a su casa por última vez después de las 6 de la
mañana. El tiroteo, dice este testigo, terminó antes de las 7 am. La primera
patrulla del 911 llegó a la escena del crimen antes de las 7 a.m. Y, según dijo
uno de los agentes, el Teniente Gómez González llegó justo después que esos agentes
del 911.
Cuando el coronel Rivas Najarro llegó, el
teniente ya lo estaba esperando. Gómez González fue el primero en abordar al
militar retirado, apenas este se bajó de su carro. Se acercó, recuerda Rivas,
acompañado de “personas de civil y elementos uniformados y equipados del
Ejército” para decirle que estaba ahí para ayudar en la investigación, enviado
por “el Estado Mayor General del Ejército”, y que también el Organismo de
Inteligencia del Estado (OIE) iba a investigar la muerte de su hijo.
A esa hora, minutos después de las 8:00 a.m.,
solo estaban, fuera de la casa, los agentes del 911 que ya habían movido el
cadáver de Carlos René a un pick-up y el teniente y quienes lo acompañaban. Ni
el Laboratorio Científico de la PNC ni Medicina Legal ni los fiscales habían
entrado a la casa o habían reconocido oficialmente los cuerpos, el del hijo del
coronel y el del sicario. El teniente Gómez González, sin embargo, ya sabía
quién había muerto.
“Se dirigió a mí con nombre y apellido. Cómo
sabía mi grado o mi nombre o que el muerto era mi hijo si aún no había
ingresado ninguna delegación oficial a la escena”, se repite el coronel la
pregunta en el comedor de su casa.
El agente policial Oscar Armando Alfaro Mendoza,
el investigador que condujo y firmó la inspección ocular de la escena, consigna
que el Teniente Gómez González volvió a entrar a la casa a las 9:40 p.m. Esta
vez el militar entró, según quedó establecido en el acta de inspección ocular
de la PNC, “para ver físicamente el cuerpo del cadáver que yacía en el piso de
la casa”, el del sicario.
En la carta que escribe al presidente, el coronel
Rivas Najarro, escribe: “Que el Teniente Gómez… al presentarse a la escena del
delito era para asegurarse de los resultados de la acción y al mismo tiempo…
encubrir la verdad”.
Poco después de las 8:00 a.m., cuando aún no
habían entrado a la escena forenses, fiscales y planimetristas, y cuando aún
faltaban al menos tres horas para que testigos y agentes firmaran el acta de
inspección ocular, ya agentes de la PNC habían dicho a periodistas presentes en
la escena que las investigaciones apuntaban a que el móvil era una venganza
laboral contra el coronel y su hijo, perpetrada por un empleado al que acababan
de despedir, lo mismo que el general David Munguía repetiría al padre de la
víctima al día siguiente en la funeraria.
Esa versión, la del despedido, fue la que la
Policía esparció desde temprano en la escena, según confirmaron dos
periodistas, uno de televisión y otro de prensa escrita, que cubrieron el
homicidio aquel día.
Solo para cerciorarse, el coronel Rivas llamó
desde la escena del crimen a su empresa para preguntar a cuánta gente habían
despedido en el último año. La respuesta: a ninguno.
Antes de irse de la colonia Casa Verde, el
Teniente Gómez González dejó al coronel su número de teléfono, el 79100288,
para mantenerlo al tanto de las investigaciones.
Durante casi dos semanas, el teniente respondió
el teléfono al coronel, que le hablaba al menos dos veces al día para pedir
avances de aquella investigación que el oficial de inteligencia militar había
ofrecido. Siempre, sin excepción, el teniente contestaba con evasivas: “No
tengo nada que informar mi coronel”, recuerda Rivas Najarro la respuesta
típica.
Ya desesperado –porque sus dudas crecían–, el
coronel decidió carear a Gómez González. “¿Cómo que no hay avances? Vamos a
vernos y usted me va a explicar”, exigió Rivas Najarro. El teniente aceptó una
entrevista personal. El viernes 9 de mayo, por la tarde, pactaron un reunión
para el lunes siguiente, el 12.
El lunes, Rivas Najarro volvió a marcar el
celular para concretar la cita. Nadie contestó. Pasaron así las horas hasta que
otro oficial, un sargento de nombre Romel Neftaly Moreira, destacado en las
fuerzas especiales, contestó el teléfono:
-
“Sí, mi coronel. El no se ha presentado a
trabajar. Le vamos a pedir que se comunique con usted…”
El martes 13:
-
“Coronel, tenemos problemas, mi teniente está
desaparecido, si usted tiene alguna información avísenos…”
Y el viernes 16 de mayo:
-
“Ayer lo enterraron… se murió…”
El sargento Moreira informó que al teniente Gómez
González lo habían enterrado el día anterior, el 15 de mayo, pero el cadáver lo
habían encontrado cinco días antes en la colonia La Rábida de San Salvador. La
causa oficial de muerte, dijo el sargento, era intoxicación alcohólica, aunque
en la autopsia se establece que fue edema y hemorragia pulmonar.
Cuando, en su carta del 10 de julio al presidente
Sánchez Cerén el coronel Rivas Najarro relata estos hechos, escribe entre
paréntesis la palabra “dudoso”, como lo hace otras once veces a lo largo de 14
páginas cada vez que refiere la explicación oficial que escucha o recibe de
militares, policías o del mismo Ministro de Defensa en relación a la muerte de
su hijo.
Tras colgar con el sargento, ofuscado, el coronel
Rivas Najarro le habló a su hijo mayor. “Mataron al teniente”, dijo. “Estos
hijos de puta fueron. Ellos mataron a Memo”.
En una de las conclusiones de su carta a Sánchez
Cerén, el padre de la víctima no deja lugar a la interpretación sobre la
sospecha que le ha carcomido sobre quiénes ordenaron, planificaron, ejecutaron
y están encubriendo el asesinato de su hijo: “El asesinato de
mi hijo obedeció a una planificación por lo menos con treinta días de
anticipación…”, escribe Rivas Najarro. Y luego habla de “elementos militares
involucrados en la planificación en coordinación con sicarios de la MS que
manejan la estructura del ministro y su asesor coronel Simón Alberto Molina
Montoya”.
El viernes 19 de septiembre envié un cuestionario a los
departamentos de protocolo y prensa y comunicaciones de la Fuerza Armada de El
Salvador sobre el rol del teniente Gómez González y el coronel Molina Montoya
en la investigación del asesinato de Carlos René Guillermo Rivas Molina, así
como solicitudes de entrevista con el oficial y con el ministro de Defensa,
general David Munguía Payés. No hubo respuesta.
SEGUNDA ENTREGA: Más atentados y las acusaciones
contra Molina Montoya.
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