lunes, 13 de enero de 2014

Le explico sobre el narcotráfico en C.A., señor Abrams

A manera de respuesta a artículo por Elliott Abrams en el Washington Post el 5 de enero de 2013.

Folio del documento judicial sobre declaración de culpabilidad del señor Abrams en caso Irán-Contras.


Sí, es uno de los problemas más graves que enfrenta esa mi región del mundo. Y no, nadie lo toma en serio, al menos en El Salvador: ninguno de los cinco gobiernos posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz -ni los cuatro de Arena ni el de Funes y el FMLN- han ejecutado políticas de estado para prevenirlo; esas cinco administraciones, más bien, toleraron a los operadores del narcotráfico en El Salvador y, en mayor o menor medida, permitieron la entrada de dinero sucio al sistema político salvadoreño, ya sea a través del sistema de partidos, del alto mando de la Policía Nacional Civil, de la Asamblea Legislativa o de asesores presidenciales relacionados con esos operadores y traficantes.

Washington, su Washington, lo previos y los que siguieron, también tienen algo que ver en todo esto. Y esta moneda tiene dos caras. Las dos hablan mal de la llamada “guerra contra las drogas” en Centro América.

La primera cara de la moneda estadounidense es la que se ve desde la perspectiva de ustedes, esa según la cual la principal prioridad es detener los flujos, inmensos, de droga que parten del sur para estacionarse ya en forma de cocaína procesada en las esquinas, escuelas y calles de sus ciudades. Ustedes ya probaron rociar los cultivos en Colombia, empoderar a los militares de ese país con plata y recursos para golpear la producción, también metieron mano dura en el Caribe y, hace menos, crearon el Plan Mérida para apoyar la guerra del Presidente Calderón en México. ¿Ha oído hablar del efecto globo? Pues eso pasó: cada vez que ustedes apretaron en un lado, mandaron el problema a otra región: cuando machacaron en el Caribe la coca se fue hacia el corredor centroamericano, primero a sus aguas territoriales y desde la década pasada a sus rutas terrestres.

En 2010, según el Departamento de Estado, entre 200 y 540 toneladas, de las hasta 650 que se consumieron en Estados Unidos ese año, pasaron por Centro América, la mayoría por tierra. Pues esa guerra es, como habrá escuchado varias veces, un rotundo fracaso. La coca sigue llegando hoy como llegaba hace 30 años a pesar de los billones de dólares que los contribuyentes estadounidenses han puesto en el empeño. Ese fracaso no tiene que ver ya con los fantasmas de la Guerra Fría; tiene que ver, sobre todo, con una mala estrategia: el tráfico de drogas por América Latina, está visto, no se detiene desde el aire, con radares, visores infrarrojos o blitz de la DEA; de nada sirve eso cuando, en medio de la jungla, del altiplano o de los humedales centroamericanos no hay presencia de estados nacionales que funcionen, solo hay policías y políticos corruptos -muchos de ellos entrenados en Estados Unidos o apoyados por ustedes- que permiten el paso indiscriminado de droga. En síntesis: la corrupción de sus aliados en el terreno, que en realidad son aliados del narco, ha sido tan poderosa que ha botado cualquier avión o infrarrojo desde los 70 y 80.

Además del efecto globo hay otro efecto, el cucaracha -término acuñado por un estudioso de laUniversidad de Miami-, que explica muy bien la segunda cara de la moneda, la de la corrupción de estados nacionales, con sus cuerpos de policías, ejércitos y partidos políticos a la cabeza, que toleran, facilitan o participan del narcotráfico. Así se explica el efecto cucaracha: “El crimen organizado, como las cucas, se mueve ahí donde está más sucio”. De El Salvador, por ejemplo, hay dos diputados presos en Estados Unidos por temas relacionados a la droga; ambos congresistas eran aliados políticos de la derecha salvadoreña.

En Centro América, la mayoría de gobiernos de esos estados corruptos han estado relacionados con las derechas políticas que fueron aliadas de los presidentes Reagan y de los Bush, para quienes usted trabajó. Fue durante esos regímenes que el narcotráfico de altos vuelos alimentado en principio por los grandes cárteles colombianos floreció en el istmo. En mi país, El Salvador, fue entre mil 1984 y 1986 cuando el aeropuerto de Ilopango, entonces plataforma de la Operación Irán-Contras que usted gestionó y por la que le mintió al Congreso de su país, empezó a servir de base al tráfico de cocaína. Los principales operadores del narco -según lo dijo un ex presidente salvadoreño a un embajador de Estados Unidos en San Salvador- fueron dos oficiales clave para el éxito de la Irán-Contras, el coronel José Rafael Bustillo, hoy acusado de participar en la muerte de seis sacerdotes jesuitas en noviembre de 1989, y el teniente Leiva Jacobo, quien en 1986 llevó al terrorista Luis Posada Carriles a El Salvador para que operara la logística en Ilopango. Leiva, declararía un lugarteniente de Pablo Escobar años después, también sacó 2 bombas de 500 libras de las bodegas del ejército salvadoreño para venderlas al Cartel de Medellín. Ahí empezó de verdad el tráfico de cocaína en El Salvador. Por toneladas.

Folio de entrevista a Posada Carriles por agentes del FBI.


Y no es este un cuento del pasado. Aunque sí empieza en esos años en los que usted fue protagonista de esa operación ilegal de abastecimiento a la Contra, según se lee en una causa criminal archivada en el corte del Distrito de Columbia:

“En 1985 el señor Abrams supo que el Teniente Coronel (Oliver) North estaba trabajando con la Contra y socios privados con el fin de mantener viva la resistencia aunque la Enmienda Boland prohibía al Gobierno de los Estados Unidos de proveer a la Contra con asistencia letal”, dice el documento judicial fechado el 7 de octubre de 1991 que sienta las bases para su declaración deculpabilidad por dos cargos de retener al Congreso de su país información sobre Irán-Contras.

El investigador especial del caso en Washington, Lawrence Walsh, le tenía listos 24 cargos criminales, pero nunca lo acusó. Fue hasta 1997, según archivos judiciales y periodísticos, que la corte de apelaciones del Distrito de Columbia lo censuró a usted públicamente. La corte inferior, tras su declaración de culpa, lo había condenado a pagar $50 y a 100 horas de trabajo comunitario. No sé si los pagó, pero sí que el presidente George W.H. Bush lo perdonó poco antes de irse de la Casa Blanca. La consecuencia de aquellos actos para usted no fue, digamos, severa. El efecto de la Operación Irán-Contras en la expansión del narcotráfico en El Salvador y Centro América sí lo fue.

Fue Posada Carriles quien explicó a los agentes especiales del FBI Michael Foster y George Kiszynski detalles de la corrupción de los oficiales salvadoreños. En una entrevista fechada en Tegucigalpa el 3 de febrero de 1992, Posada revela que él pagaba personalmente a Bustillo los sobornos por el uso de Ilopango; relata incluso un episodio en que dejó $50,000 en el escritorio del coronel como “pago por gasolina”. También insinúa Posada que por Ilopango se movía droga. La transcripción de esta entrevista fue enviada poco después a la oficina 701 Oeste de la Calle 13 Noroeste de Washington, DC, en la que trabajaba entonces Lawrence Walsh, el mismo investigador que estuvo a punto de acusarlo a usted de varios delitos.

Lo de Ilopango, decía, no es cosa del pasado. En los años en que por el aeropuerto circulaban armas para los Contras y drogas de Medellín trabajaban dos salvadoreños como maleteros; respondían a los nombres de Miguel Ángel Pozo Aparicio y Élmer Bonifacio Escobar. Décadas después, ambos se convirtieron en importantes narcotraficantes en El Salvador.

Pozo Aparicio fue el autor intelectual de la primera masacre atribuida a narcotraficantes en territorio salvadoreño. A la matanza se le conoció como la de Valle Nuevo, por el nombre del barrio en el que vivía una familia de apellido Gaytán a la que Pozo mandó a asesinar para, según investigadores de esos crímenes, proteger a un socio de policías corruptos que les habían robado un importante cargamento de coca de una hacienda conocida como La Marranera. Hoy Pozo está preso, pero, dice la Fiscalía salvadoreña, tiene tratos con el Cartel de Texis, el principal consorcio de narcos en la actualidad.

El otro hombre, Élmer Escobar, está asociado a otra organización de narcos, Los Perrones se llama esta. Escobar estuvo preso al menos dos veces en los 90, pero salió libre gracias a sus buenos contactos con jueces salvadoreños. Hoy, dice la inteligencia hondureña, tiene tratos con el Chapo Guzmán. ¿Le suena? Colaboradores de Los Perrones y policías en El Salvador me han dicho que Escobar bajó perfil en 2000 y siguió involucrado en contrabando y narcotráfico gracias, en parte, a sus tratos con oficiales corruptos, herederos de aquellos que mandaban en Ilopango durante Irán-Contras.

El domingo 5 de enero, señor Abrams, usted firmó en el Washington Post un artículo que tituló, en inglés, “Under Siege: Central America faces a new threat: corruption driven by drug money” o “Bajo amenaza: Centro América enfrenta un nuevo reto: corrupción alimentada por dinero de la droga”. La principal tesis de su artículo es que, en El Salvador, si gana el FMLN, ríos de cocaína fluirán por carreteras y puertos de mi país. Y escribe: “La esperanza de los salvadoreños de democracia y paz, así como nuestras esperanzas de continuar la cooperación contra el tráfico de narcóticos, pueden perderse”. Según usted, uno de los principales protagonistas de la debacle será el señor José Luis Merino, el comandante Ramiro del FMLN.

No voy a defender aquí al comandante Ramiro. Creo, como muchos aun en el Frente, que Merino es la cara oscura del FMLN. Y que mucha tela hay que cortar en torno a sus relaciones con empresarios locales y extranjeros. Pero no fue él quien trajo al narco a El Salvador. Ni al triángulo norte de Centro América. Fueron militares, policías y contrabandistas locales en Honduras, Guatemala y El Salvador que crecieron al amparo de gobiernos de derecha y de fuerzas policiales paridas en los ejércitos de los 80.

Dicho esto.

Su artículo, señor Abrams, es, desde el título, inexacto. Centro América no enfrenta una “nueva” amenaza. La amenaza es vieja. Por ejemplo: Ramón Matta Ballesteros, el narco centroamericano por antonomasia, se hizo y creció amparado por militares corruptos en Honduras. Al Cartel de Texis en El Salvador lo protege una élite policial empoderada desde el ejército tras los Acuerdos de Paz. A los Lorenzana, los Chamalé o los de Jutiapa en Guatemala los protegieron policías intocables y ministros de estado. A los Zeta los armaron, además de pertrechos salidos de Estados Unidos, oficiales corruptos de los ejércitos de Guatemala y El Salvador, según se desprende de archivos desclasificados de la DEA.

El problema, es cierto, se agravó tras el golpe de estado en Honduras, y sí, la mayoría de vuelos vienen de Venezuela. Efecto globo, como le explicaba: la producción se movió al vecino oriental de Colombia gracias, en gran parte, a la corrupción en el ejército chavista. Pero lo relevante, para Centro América, es el otro efecto, el de las cucarachas: la corrupción. Esa, señor Abrams, no es nueva. Esa existe desde siempre y la toleraron o apoyaron presidentes centroamericanos que visitaron la Casa Blanca y se tomaron fotos con sus jefes.

Las esperanzas de una verdadera lucha contra el narco nos negamos algunos a perderlas. Es la corrupción interna, de izquierdas y derechas, la que más amenaza esas esperanzas. No son las FARC. Ni siquiera la ideología caduca de la Guerra Fría. Bueno es que hay, en Washington, muchas mentes sensatas que entienden que la amenaza es muy seria y que enfrentarla para no perder las esperanzas requiere mucha más inteligencia y esfuerzo que escribir una diatriba ideológica y electorera.






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