Folio del documento judicial sobre declaración de culpabilidad del señor Abrams en caso Irán-Contras. |
Sí, es uno de los problemas más
graves que enfrenta esa mi región del mundo. Y no, nadie lo toma en
serio, al menos en El Salvador: ninguno de los cinco gobiernos
posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz -ni los cuatro de Arena
ni el de Funes y el FMLN- han ejecutado políticas de estado para
prevenirlo; esas cinco administraciones, más bien, toleraron a los
operadores del narcotráfico en El Salvador y, en mayor o menor
medida, permitieron la entrada de dinero sucio al sistema político
salvadoreño, ya sea a través del sistema de partidos, del alto
mando de la Policía Nacional Civil, de la Asamblea Legislativa o de
asesores presidenciales relacionados con esos operadores y
traficantes.
Washington, su Washington, lo previos y
los que siguieron, también tienen algo que ver en todo esto. Y esta
moneda tiene dos caras. Las dos hablan mal de la llamada “guerra
contra las drogas” en Centro América.
La primera cara de la moneda
estadounidense es la que se ve desde la perspectiva de ustedes, esa
según la cual la principal prioridad es detener los flujos,
inmensos, de droga que parten del sur para estacionarse ya en forma
de cocaína procesada en las esquinas, escuelas y calles de sus
ciudades. Ustedes ya probaron rociar los cultivos en Colombia,
empoderar a los militares de ese país con plata y recursos para
golpear la producción, también metieron mano dura en el Caribe y,
hace menos, crearon el Plan Mérida para apoyar la guerra del
Presidente Calderón en México. ¿Ha oído hablar del efecto globo?
Pues eso pasó: cada vez que ustedes apretaron en un lado, mandaron
el problema a otra región: cuando machacaron en el Caribe la coca se
fue hacia el corredor centroamericano, primero a sus aguas
territoriales y desde la década pasada a sus rutas terrestres.
En 2010, según el Departamento de
Estado, entre 200 y 540 toneladas, de las hasta 650 que se
consumieron en Estados Unidos ese año, pasaron por Centro América,
la mayoría por tierra. Pues esa guerra es, como habrá escuchado
varias veces, un rotundo fracaso. La coca sigue llegando hoy como
llegaba hace 30 años a pesar de los billones de dólares que los
contribuyentes estadounidenses han puesto en el empeño. Ese fracaso
no tiene que ver ya con los fantasmas de la Guerra Fría; tiene que
ver, sobre todo, con una mala estrategia: el tráfico de drogas por
América Latina, está visto, no se detiene desde el aire, con
radares, visores infrarrojos o blitz de la DEA; de nada sirve
eso cuando, en medio de la jungla, del altiplano o de los humedales
centroamericanos no hay presencia de estados nacionales que
funcionen, solo hay policías y políticos corruptos -muchos de ellos
entrenados en Estados Unidos o apoyados por ustedes- que permiten el
paso indiscriminado de droga. En síntesis: la corrupción de sus
aliados en el terreno, que en realidad son aliados del narco, ha sido
tan poderosa que ha botado cualquier avión o infrarrojo desde los 70
y 80.
Además del efecto globo hay otro
efecto, el cucaracha -término acuñado por un estudioso de laUniversidad de Miami-, que explica muy bien la segunda cara de
la moneda, la de la corrupción de estados nacionales, con sus
cuerpos de policías, ejércitos y partidos políticos a la cabeza,
que toleran, facilitan o participan del narcotráfico. Así se
explica el efecto cucaracha: “El crimen organizado, como las cucas,
se mueve ahí donde está más sucio”. De El Salvador, por ejemplo,
hay dos diputados presos en Estados Unidos por temas relacionados a
la droga; ambos congresistas eran aliados políticos de la derecha
salvadoreña.
En Centro América, la mayoría de
gobiernos de esos estados corruptos han estado relacionados con las
derechas políticas que fueron aliadas de los presidentes Reagan y de
los Bush, para quienes usted trabajó. Fue durante esos regímenes
que el narcotráfico de altos vuelos alimentado en principio por los
grandes cárteles colombianos floreció en el istmo. En mi país, El
Salvador, fue entre mil 1984 y 1986 cuando el aeropuerto de Ilopango,
entonces plataforma de la Operación Irán-Contras que usted gestionó
y por la que le mintió al Congreso de su país, empezó a servir de
base al tráfico de cocaína. Los principales operadores
del narco -según lo dijo un ex presidente salvadoreño a un
embajador de Estados Unidos en San Salvador- fueron dos oficiales
clave para el éxito de la Irán-Contras, el coronel José Rafael
Bustillo, hoy acusado de participar en la muerte de seis sacerdotes
jesuitas en noviembre de 1989, y el teniente Leiva Jacobo, quien en
1986 llevó al terrorista Luis Posada Carriles a El Salvador para que
operara la logística en Ilopango. Leiva, declararía un
lugarteniente de Pablo Escobar años después, también sacó 2
bombas de 500 libras de las bodegas del ejército salvadoreño para
venderlas al Cartel de Medellín. Ahí empezó de verdad el tráfico
de cocaína en El Salvador. Por toneladas.
Folio de entrevista a Posada Carriles por agentes del FBI. |
Y no es este un cuento del pasado.
Aunque sí empieza en esos años en los que usted fue protagonista de
esa operación ilegal de abastecimiento a la Contra, según se lee en
una causa criminal archivada en el corte del Distrito de Columbia:
“En 1985 el señor Abrams supo que el
Teniente Coronel (Oliver) North estaba trabajando con la Contra y
socios privados con el fin de mantener viva la resistencia aunque la
Enmienda Boland prohibía al Gobierno de los Estados Unidos de
proveer a la Contra con asistencia letal”, dice el documento
judicial fechado el 7 de octubre de 1991 que sienta las bases para su
declaración deculpabilidad por dos cargos de retener al Congreso de
su país información sobre Irán-Contras.
El investigador especial del caso en
Washington, Lawrence Walsh, le tenía listos 24 cargos criminales,
pero nunca lo acusó. Fue hasta 1997, según archivos judiciales y
periodísticos, que la corte de apelaciones del Distrito de Columbia
lo censuró a usted públicamente. La corte inferior, tras su
declaración de culpa, lo había condenado a pagar $50 y a 100 horas
de trabajo comunitario. No sé si los pagó, pero sí que el
presidente George W.H. Bush lo perdonó poco antes de irse de la Casa
Blanca. La consecuencia de aquellos actos para usted no fue, digamos,
severa. El efecto de la Operación Irán-Contras en la expansión del
narcotráfico en El Salvador y Centro América sí lo fue.
Fue Posada Carriles quien explicó a
los agentes especiales del FBI Michael Foster y George Kiszynski
detalles de la corrupción de los oficiales salvadoreños. En una
entrevista fechada en Tegucigalpa el 3 de febrero de 1992, Posada
revela que él pagaba personalmente a Bustillo los sobornos por el
uso de Ilopango; relata incluso un episodio en que dejó $50,000 en
el escritorio del coronel como “pago por gasolina”. También
insinúa Posada que por Ilopango se movía droga. La transcripción
de esta entrevista fue enviada poco después a la oficina 701 Oeste
de la Calle 13 Noroeste de Washington, DC, en la que trabajaba
entonces Lawrence Walsh, el mismo investigador que estuvo a punto de
acusarlo a usted de varios delitos.
Lo de Ilopango, decía, no es cosa del
pasado. En los años en que por el aeropuerto circulaban armas para
los Contras y drogas de Medellín trabajaban dos salvadoreños como
maleteros; respondían a los nombres de Miguel Ángel Pozo Aparicio y
Élmer Bonifacio Escobar. Décadas después, ambos se convirtieron en
importantes narcotraficantes en El Salvador.
Pozo Aparicio fue el autor intelectual
de la primera masacre atribuida a narcotraficantes en territorio
salvadoreño. A la matanza se le conoció como la de Valle Nuevo, por
el nombre del barrio en el que vivía una familia de apellido Gaytán
a la que Pozo mandó a asesinar para, según investigadores de esos
crímenes, proteger a un socio de policías corruptos que les habían
robado un importante cargamento de coca de una hacienda conocida como
La Marranera. Hoy Pozo está preso, pero, dice la Fiscalía
salvadoreña, tiene tratos con el Cartel de Texis, el principal
consorcio de narcos en la actualidad.
El otro hombre, Élmer Escobar, está
asociado a otra organización de narcos, Los Perrones se llama esta.
Escobar estuvo preso al menos dos veces en los 90, pero salió libre
gracias a sus buenos contactos con jueces salvadoreños. Hoy, dice la
inteligencia hondureña, tiene tratos con el Chapo Guzmán. ¿Le
suena? Colaboradores de Los Perrones y policías en El Salvador me
han dicho que Escobar bajó perfil en 2000 y siguió involucrado en
contrabando y narcotráfico gracias, en parte, a sus tratos con
oficiales corruptos, herederos de aquellos que mandaban en Ilopango
durante Irán-Contras.
El domingo 5 de enero, señor Abrams,
usted firmó en el Washington Post un artículo que tituló, en
inglés, “Under Siege: Central America faces a new threat:
corruption driven by drug money” o “Bajo amenaza: Centro América
enfrenta un nuevo reto: corrupción alimentada por dinero de la
droga”. La principal tesis de su artículo es que, en El Salvador,
si gana el FMLN, ríos de cocaína fluirán por carreteras y puertos
de mi país. Y escribe: “La esperanza de los salvadoreños de
democracia y paz, así como nuestras esperanzas de continuar la
cooperación contra el tráfico de narcóticos, pueden perderse”.
Según usted, uno de los principales protagonistas de la debacle será
el señor José Luis Merino, el comandante Ramiro del FMLN.
No voy a defender aquí al comandante
Ramiro. Creo, como muchos aun en el Frente, que Merino es la cara
oscura del FMLN. Y que mucha tela hay que cortar en torno a sus
relaciones con empresarios locales y extranjeros. Pero no fue él
quien trajo al narco a El Salvador. Ni al triángulo norte de Centro
América. Fueron militares, policías y contrabandistas locales en
Honduras, Guatemala y El Salvador que crecieron al amparo de
gobiernos de derecha y de fuerzas policiales paridas en los ejércitos
de los 80.
Dicho esto.
Su artículo, señor Abrams, es, desde
el título, inexacto. Centro América no enfrenta una “nueva”
amenaza. La amenaza es vieja. Por ejemplo: Ramón Matta Ballesteros,
el narco centroamericano por antonomasia, se hizo y creció amparado
por militares corruptos en Honduras. Al Cartel de Texis en El
Salvador lo protege una élite policial empoderada desde el ejército
tras los Acuerdos de Paz. A los Lorenzana, los Chamalé o los de
Jutiapa en Guatemala los protegieron policías intocables y ministros de estado. A los Zeta
los armaron, además de pertrechos salidos de Estados Unidos,
oficiales corruptos de los ejércitos de Guatemala y El Salvador,
según se desprende de archivos desclasificados de la DEA.
El problema, es cierto, se agravó tras
el golpe de estado en Honduras, y sí, la mayoría de vuelos vienen
de Venezuela. Efecto globo, como le explicaba: la producción se
movió al vecino oriental de Colombia gracias, en gran parte, a la
corrupción en el ejército chavista. Pero lo relevante, para Centro
América, es el otro efecto, el de las cucarachas: la corrupción.
Esa, señor Abrams, no es nueva. Esa existe desde siempre y la
toleraron o apoyaron presidentes centroamericanos que visitaron la
Casa Blanca y se tomaron fotos con sus jefes.
Las esperanzas de una verdadera lucha
contra el narco nos negamos algunos a perderlas. Es la corrupción
interna, de izquierdas y derechas, la que más amenaza esas
esperanzas. No son las FARC. Ni siquiera la ideología caduca de la
Guerra Fría. Bueno es que hay, en Washington, muchas mentes sensatas
que entienden que la amenaza es muy seria y que enfrentarla para no
perder las esperanzas requiere mucha más inteligencia y esfuerzo que escribir
una diatriba ideológica y electorera.
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