El 17 de febrero de 2011 el Centro de Inteligencia Policial
retuvo por unas horas a Roberto Antonio Herrera Hernández, de alias El Burro,
uno de los líderes del Cartel de Texis. La Policía, entonces, se amparó en una vieja
orden de interpol que reclamaba al supuesto narcotraficante por delitos
cometidos en Estados Unidos. A continuación el relato, y las fotos, de lo que
sucedió aquel día, basado en reportes policiales y en entrevistas con tres
agentes salvadoreños que estuvieron relacionados con el operativo, de quienes
se omite identificación por razones de seguridad.
La imagen del Burro en el retrovisor de su vehículo, durante el seguimiento policial. |
“Cuidá al
niño y vendé todo lo que tenemos”, dijo el hombre a su esposa por el celular.
Era la voz de un hombre “asustado” y “resignado”, según cuenta uno de los
agentes de la Policía (el agente 1) que lo custodiaba en el laboratorio de la
PNC en San Salvador. Pasaban las 3:30 de la tarde de ese día cuando Roberto
Antonio Herrera Hernández, alias el Burro, tomó el teléfono para alertar a su
esposa que estaba detenido y que los policías estaban cotejando sus huellas
digitales para confirmar si él era la misma persona a quien el FBI buscaba
por varios delitos. “Él sabía para donde iba y sabía que si lo mandábamos para
el norte de esa no se escapaba. Una cosa es aquí, en El Salvador, donde él a
esas alturas ya tenía comprados a un montón de políticos y policías. Otra cosa
es en el norte”, relata otro agente salvadoreño que conoció sobre aquella
captura (el agente 2).
Antes de salir hacia San Salvador |
El
operativo empezó en una de las casas de Herrera Hernández, la número 12 de la
7ª. Avenida Norte de Santa Ana, en el occidente salvadoreño, desde temprano,
con una unidad de vigilancia que había ubicado el pick-up Toyota verde
musgo placas P235-804, propiedad del
Burro, estacionado frente al edificio de una planta, fachada blanca, puertas rojas y ladrillo
visto. Cuatro agentes de la inteligencia policial, tres hombres y una mujer, se
ubicaron a unos 50 metros del inmueble a
esperar. Ese día, según todo lo planeado, capturarían al Burro Herrera, uno de
los principales líderes del narcotráfico salvadoreño al que la PNC llevaba
siguiendo al menos un año y quien Estados Unidos conocía por delitos cometidos
en Los Ángeles y Houston.
El
seguimiento duró casi toda la mañana. Primero, Herrera Hernández fue a una
cerrajería, la Industrial, ubicada en la Avenida Independencia de Santa Ana,
donde conversó con alguien en el interior del local. Luego se bajó en Lácteos
de Texis; ahí dejó su pick-up verde y cargó con forraje para ganado un
camioncito blanco Hyundai placas P545-380 con el que salió por el redondel de
Metrocentro hacia San Salvador. Los
agentes de inteligencia le seguían de cerca.
En
Septiembre de 2009, en un documento de la PNC titulado “Informe estratégico
sobre amenazas del narcotráfico en El Salvador”, elaborado a partir de la orden
circular número 0009-12-2008, que había girado la Dirección General en tiempos
del Comisionado José Luis Tobar Prieto, aparecen varias referencias al Burro
Herrera: “De profesión u oficio
ganadero… es el segundo jefe de una estructura de narcotraficantes, solamente
detrás de Ortega, el Chele. Se le ha designado como el que controla la parte de
Santa Ana y Ahuachapán… Tiene su propia
gente que efectúa los contactos para los envíos de droga, sus
principales enlaces están en Jutiapa y Jalapatagua en Guatemala…
“Se conoce
que en un tiempo anterior… en programas de televisión… aparecía la foto de este
sujeto como uno de los más buscados por el FBI, por tráfico de armas y
homicidio. En ese tiempo este sujeto se anduvo escondiendo, pero luego de algún
tiempo continúo con actividades ilegales.” Otra referencia sobre el Burro en ese informe.
Herrera Hernández poco después de ser detenido |
El
periódico digital El Faro de El Salvador es el único medio de comunicación en perfilar a Herrera Hernández, citando
tres informes policiales de inteligencia. En un amplio reportaje sobre el
Cartel de Texis, una de las estructuras de narcotráfico y lavado de dinero del país, El Faro retrata al Burro Herrera, uno de los líderes de la
organización junto a José Adán Salazar Umaña, de alias Chepe Diablo, como un
hombre con importantes conexiones en el bajo mundo, en la Policía y en los
partidos políticos.
El Burro,
dice El Faro, participó el 14 de julio de 2010 en una reunión en la que habló
de “apartar” a un oficial de la Policía que se había puesto “pendejo”. Otros
documentos de la inteligencia estatal salvadoreña en los que Herrera Hernández
aparece perfilado hablan de su papel como líder del narcomenudeo en Santa Ana,
pero también de su posible participación en homicidios por ajustes de cuentas
en su organización.
Cerca del mediodía de aquel día de febrero de 2011, el Hyundai blanco, con Herrera
Hernández al volante y otros dos hombres adentro, abandonó la carretera Santa
Ana-San Salvador y tomó la calle a Zapotitán a la altura del cantón Agua
Caliente. Minutos después, dos carros se juntaron en esa calle de polvo y
grava: el Hyundai y un todoterreno Toyota gris placas P4346. El Burro disminuyó
la marcha para intercambiar algunas palabras con el conductor del Toyota, quien
a los pocos segundos reemprendió su camino. Desde otro carro, un Hyundai sedán,
gris también, los agentes de la Policía observaron el intercambio.
Tras el encuentro con el Toyota Gris, el Burro
Herrera vio como el sedán le sobrepasaba sobre la calle de tierra y se detenía
frente a él, obligándolo a detenerse. Los cuatro agentes de paisano se
identificaron y le anunciaron al Burro que estaba retenido, que lo llevarían a
San Salvador para comprobar si sus huellas digitales coincidían con las de un
hombre al que los estadounidenses buscaban por crímenes cometidos en el norte.
“Él sabía
lo que iba a pasar; sabía que si lo entregábamos a los cheles (autoridades de
Estados Unidos) no había forma en que saliera”, recuerda el agente 2. “No se
opuso a que lo detuviéramos. Nos dijo que era amigo y nos ofreció colaborar”,
relata.
Desde la
calle polvosa de Zapotitán salieron varias llamadas a San Salvador cuando
Herrera Hernández estaba retenido. El coordinador de la captura llamó a sus
superiores para terminar de asegurar qué pasaría cuando el laboratorio
policial confirmara que las huellas dactilares del hombre al que acababan de
detener, moreno de cabello entrecano y barba recortada al estilo candado,
vestido con una camiseta verde musgo, un pantalón de lona celeste, zapatos y
cinturón café, eran las del narcotraficante que había empezado controlando el
menudeo de droga en el barrio San Lorenzo de Santa Ana y luego se convirtió en
el lugarteniente de una de las organizaciones de narcotráfico más grandes de El
Salvador, un capo al que también investigaban por el asesinato de cómplices por
deudas no pagadas.
Secuencia del momento en que el Burro Herrera es retenido en la zona de Zapotitán. |
Un reporte
fiscal del 14 de agosto de 2008 da cuenta del asesinato de un distribuidor de
droga del barrio San Lorenzo de Santa Ana que la inteligencia policial, en un reporte de
septiembre de 2009, atribuye al Burro.
Esa noche, los agentes de la unidad de vida de la fiscalía santaneca llegaron a la escena del crimen a las 9:30. Ahí encontraron el cadáver de un
hombre al que luego identificaron como Abel José Rogelio Padilla, de 36 años.
Esto es lo que reportaron los agentes: a eso de las 8 y cuarto, dos hombres se
bajaron de un automóvil gris en la intersección entre la 9ª. Avenida Norte y 12
Calle Oriente del Barrio Santa Bárbara de Santa Ana y descargaron dos armas de
fuego sobre Rogelio Padilla, quien murió por varios impactos de bala en el
tórax.
Horas
antes, el Burro, según el reporte de inteligencia, había ordenado la muerte de
Padilla, uno de los comerciantes de droga de la zona, para cobrar una deuda.
Este es el relato del móvil, reconstruido con lo que consta en ese expediente
policial: Padilla, deportado de Estados Unidos, trabajaba para la estructura de
narcotráfico que manejaba Herrera Hernández. Como otros menuderos de confianza,
Padilla, quien llegaba a recibir hasta un kilo de cocaína para surtir mercados
en Santa Ana, el occidente y otras zonas del país, acababa de cometer el más
grave de los errores en el mundo narco: había fiado un kilo a otro distribuidor
y había perdido otros dos kilos, algo que su patrón no podía perdonarle. Por órdenes del Burro, los sicarios,
encabezados por alguien a quien la Policía identificó solo como Amintón de
Jesús, recibieron “una gran suma de dinero” desde un carro placas P-284421 el
mismo día que Abel Padilla fue asesinado.
De regreso al operativo del 17 de febrero, de
2011, el agente 1 recuerda la expectativa que se había generado en torno a lo
posibilidad de sacar al Burro de circulación. “Sabíamos que esta era una
oportunidad de oro para sacarlo de aquí y realmente golpear a esta estructura.
Y lo hablamos con los estadounidenses. La orden de interpol existía… Parecía
que teníamos algo ahí”, explica. La respuesta de los norteamericanos, dice, no
fue contundente, pero tampoco desalentadora.
Poco antes de
las tres de la tarde, el auto en el que viajaban los agentes salvadoreños y el
Burro se detuvo en una calle lateral del bulevar Santa Elena, cerca de la
Embajada de los Estados Unidos. Ahí, el policía encargado del operativo
recibió, de manos de un agregado policial estadounidense un documento con las huellas del
hombre al que la justicia de Estados Unidos buscaba.
“Con esto
vamos a ir al Laboratorio para confirmar que son tus huellas”, le dijo el
agente a Herrera Hernández. “Esa fue la explicación que le di, que estaba
retenido en vías de identificación; ese era el procedimiento legal”.
Ya en el
laboratorio policial, mientras el Burro esperaba esposado en una salita, los
agentes empezaron a recibir llamadas desalentadoras. “Me dijeron que la orden
no era suficiente, que era muy vieja… que no servía… que no se lo iban a
llevar. Yo le contesté a uno de ellos: ‘sabés que lo que este hombre hace es
trabajar aquí para envenenar adolescentes allá en Estados Unidos con la droga
que pasa. Nos jodemos nosotros pero se joden ustedes también…’, pero no hubo
tales. No fue ese el día del Burro”.
Cuando el
agente 1 le dijo a Herrera Hernández que era libre recibió una sonrisa a cambio.
Una sonrisa de alivio. “Me lo llevé a la delegación de Santa Ana y ahí
levantamos un acta cuando se lo entregamos a la esposa”.
Otro agente salvaderoño, el 3, accede a
corroborar el operativo del 7 de febrero de 2011. La conversación con este
hombre, quien fue consultor en la PNC y colabora con la DEA, solo es posible a
través del chat de un Blackberry (“Es más difícil que los piquen
–intervengan-“, explica):
-
¿Usted
recuerda ese operativo?
-
Sí,
fue una retención, pero el Burro salió bien.
-
¿Qué
pasó? ¿Por qué no lo agarró la DEA o el FBI?
- La orden estaba prescrita, ya no servía para llevarlo.
El día del operativo fallido, al despedirse de los policías que lo
habían retenido, Roberto Antonio Herrera Hernández, solo dijo: “Cualquier cosa
que necesiten, búsquenme, estoy a sus órdenes”.